miércoles, 29 de octubre de 2025

La utopía de lo común

Decía Don Quijote en su discurso a los cabreros que “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados (…) porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”. También en el cielo las constelaciones de Libra y Virgo, personificada por la diosa Astrea quien porta la balanza de la justicia, quienes representan que fue esta divinidad la última que vivió junto al ser humano en la tierra, en aquella edad de oro. Fue antes de que comenzara la propiedad privada y el uso de las guerras para luchar por ella. Entonces nos abandonó y, huérfanos de justicia, se colocó en los cielos para siempre.


Esta edad de oro nos cuenta que lo comunitario va ligado a la justicia social y que entre ambas se funde la defensa de los derechos humanos, el cuidado de la naturaleza y el deseo de una sociedad mejor. ¿Pues qué seríamos sin los cereales, sin los pastos, sin el forraje para los animales, qué decir, sin agua o sin aire? Son cosas comunes, regidas por las leyes naturales y cuya repercusión es global.  

Y, es que, hasta hace poco tiempo, como retazos de aquellos antiguos tiempos dorados, fueron los pueblos y sus gentes los encargados, a través de un arraigo profundo y un sentimiento vehemente, de cuidar todo lo que abarcaba su término municipal y con especial cuidado lo relativo a los montes como productores de la madera y la ganadería. Ellos abarcaban caminos, dehesas, fuentes, pozos, salinas o riberas. Mimadas y atendidas, su futuro estaba en esas tierras. Su vida iba con ellas.

Pero mientras los pueblos se deshabitaban, aquel dominio comunal, se fue convirtiendo en dominio público y desde entonces es el Estado y la Administración es quien gestiona ese vacío poblacional, ese desierto de sentimientos. Son los conocidos como Montes de Utilidad Pública. Pero no debemos olvidar que en su definición viene como aquellos montes “que cumplan o puedan cumplir funciones ambientales, protectoras, productoras, culturales, paisajísticas, o recreativas”. Y, cómo no, en su misma definición se incluyen caminos, pastizales, roquedos, arenales, fuentes, pozos, salinas, riberas… Es decir, cualquier terreno puede ser susceptible de ser monte, si no es agrícola o urbano.

Y, no sería del todo malo, si fijándose en los tiempos anteriores y aprovechando las herramientas tecnológicas del presente, se prestara la ayuda necesaria. Pero resulta, que lo que parece interesar es que sea una empresa privada quien consiga aliviar el pobre estado de nuestro montes y campos. Que llegue IKEA, Solar Energy o Nestlé. Como mesías de un nuevo tiempo parecen ser las únicas opciones que contemplan y a las que se agarran. Y ahí es donde el dominio público se acerca más a esta nueva etapa que es la privatización de los recursos naturales.

Este verano se ha vuelto a corroborar el creciente desapego a lo comunitario, a aquello que era del “común”. Sin quiebro alguno, está claro que, hoy, ante tal despoblación y abandono del mundo rural, son las instituciones las responsables de la gestión del campo y del monte. Pero parece que el sistema público es un ente superior, abstracto y lejano del que no formamos parte. Pero, ¿si fuéramos conscientes que el dominio público es de todos y todas? ¿Que los caminos, ríos, riberas estimadas y montes públicos son nuestra más profunda razón de existir? ¿Si entendiéramos que los gestores públicos deben simplemente cuidarlo, protegerlo y prestarlo a sus gentes?

Si hemos logrado el avance tecnológico actual, si hemos logrado comprender nuestro pasado, ¿cómo es posible que no intentemos aplicarlo y dejemos que de nuevo se quemen los montes, se desertifiquen los campos y abarran los ríos las casas? Que el rico quiera ser cada vez más rico, y se lucre de clases sociales bajas y se nutra desmedidamente de recursos naturales, bueno. Pero que la administración y la clase política quiera favorecer este enriquecimiento a costa de aquello que llamamos lo común, lo comunitario, no debe ser tolerado.  Curiosa es que la rama de la ciencia llamada ecología, la cual parece hacer brotar sarpullidos a ciertas carnes, no signifique más que “el cuidado de nuestra casa”. Por eso debemos escuchar a la ciencia y escuchar a nuestros mayores. Entre la ciencia y la experiencia, está gran parte de la receta para afrontar el futuro. Esa lección deben aprender las administraciones.

Pese a todo ello, quizás volver a lo comunitario es una utopía hoy en día. Quizás es un sueño mal soñado. Una ilusión quijotesca y por ello, quizás sólo podamos volver a aquella edad dorada escuchando a Don Quijote u observando Virgo y Libra en el azul de la noche. Quizás sólo nos quede lo común en la palabra y la naturaleza. Pero qué utopía tan real si nos siguen quedando.

Fuente: losojos.es/la-mirada

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