Decía Don Quijote en su discurso a los cabreros que “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados (…) porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes”. También en el cielo las constelaciones de Libra y Virgo, personificada por la diosa Astrea quien porta la balanza de la justicia, quienes representan que fue esta divinidad la última que vivió junto al ser humano en la tierra, en aquella edad de oro. Fue antes de que comenzara la propiedad privada y el uso de las guerras para luchar por ella. Entonces nos abandonó y, huérfanos de justicia, se colocó en los cielos para siempre.
Esta edad de oro nos cuenta que lo comunitario va ligado a la justicia social y que entre ambas se funde la defensa de los derechos humanos, el cuidado de la naturaleza y el deseo de una sociedad mejor. ¿Pues qué seríamos sin los cereales, sin los pastos, sin el forraje para los animales, qué decir, sin agua o sin aire? Son cosas comunes, regidas por las leyes naturales y cuya repercusión es global.
Y, es que, hasta hace poco tiempo, como retazos de aquellos antiguos tiempos dorados, fueron los pueblos y sus gentes los encargados, a través de un arraigo profundo y un sentimiento vehemente, de cuidar todo lo que abarcaba su término municipal y con especial cuidado lo relativo a los montes como productores de la madera y la ganadería. Ellos abarcaban caminos, dehesas, fuentes, pozos, salinas o riberas. Mimadas y atendidas, su futuro estaba en esas tierras. Su vida iba con ellas.

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