martes, 9 de septiembre de 2025

LA TRICOTOSA DE TORREJONCILLO DEL REY parte 2


El Bar La Rápida continuaría esperando la parada de autobuses de línea. Sería ahora regentado por la Morena, que es como comienza a conocerse la taberna, y sus tres hijos supervivientes, con mayor o menor agrado en colaborar en las tareas de hostelería, que compaginaban con las otras labores en el campo:

“Mariano no tragaba mucho. Era joven y… no quería mas que correr. Y yo, más

o menos, pues igual”.

Lucía, es en esta época cuando comienza sus pinitos con la costura en los ratos libres que le proporcionaba el trabajo de tabernera, dedicándose a coger los puntos a las medias de nailon de las mujeres: “estábamos en la taberna y el rato que tenía cogía medias”; con las manos abiertas del agua fría y fregar con lejía pura los vasos, pues era la única forma de quitar los negros relejes del morapio, o del vino quina, de moda por aquel entonces.

Al principio, servían a una cuadrilla la frasca de vino con un único vaso de vidrio que iba pasando de mano en mano, apurando cada cual su buche. Con el tiempo, pudieron servir en un vaso de cristal a cada parroquiano. El vino llegaba de Tarancón, que traía Marcos, el Bole. Dos grandes tinajas, tinta y blanca, que eran trasegadas a las damajuanas y garrafas que a Lucía le costaba mover y levantar, para ir rellenado las botellas de vino, que luego se servirían en la barra.

“Luego ya vinieron las máquinas estas, que como entonces no había tanta

industria… Y la 
María Asunción compró una máquina y yo compre otra. Las dos

compramos una”.

Efectivamente. Se trata de la primera tricotadora que tuvo Lucía. Era una tejedora manual de un solo carrete. Lamentablemente se desprendió de ella a los ocho años al sustituirla por una nueva, más modera, eléctrica, y no he podido obtener testimonio fotográfico. Le costó unas 30.000 pesetas, y junto con María Asunción vistieron de jerséis de lana a las muchachas y muchachos del pueblo durante una década. María Asunción tenía dos aprendizas: Carmen, la hija del Manzanero, y Pili la hija de Talego, que emigró luego a Barcelona, prima hermana de la Juana, la mujer de Casimiro, MolisLa Lucía trabajaba sola, con la Morena, en alguna de las habitaciones de la casa, encima del bar, entre el traqueteo de la tricotosa y el tintinear de botellas y vasos.


La Lucía tricotando en su casa, junto a su madre la Morena, en momento divertido del día. Foto del álbum familiar


Ambas emprendedoras formaron parte de la industria textil de Torrejoncillo del Rey. Acordaban tipos de punto, precios, y calidades, para no hacerse la competencia. Cada jersey se vendía a 20 duros, 100 pesetas, unos 60 céntimos de euro de los de hoy, que confeccionaban rápidamente con la máquina manual. Un buen jornal que se obtenía en muy pocas horas, contando puntos y dando al carrete, “Chas – chas”. Ahora por ese precio no compramos ni una tierna barra de pan blanco.

- “
Pero si Leandro, el padre de Salvador, Tábano, pagaba 20 duros por jornal a

mis hermanos…”, 
compara la Lucía su trabajo de costurera con el de las labores

del campo, en su lógica económica.

La lana la compraban a unos proveedores de Tarancón. Antes llegaba un representante con sus muestrarios, y formulaban el pedido de lana, que era de excelente calidad: “los jerséis no hacían bolas ni pelotillas. Aun guardo ovillos de lana”. Tomaban las medidas a sus clientes y hacían todo a mano, deslizando de un lado a otro el carrete de la máquina, con los hilos enganchados formando bucles en las agujas tricotosas, previamente pasados por parafina para evitar roturas y mejorar el deslizamiento. “Chas – chas”, repitePrimero la espalda, luego los delanteros, siempre algo más grandes, mangas, hombros, con la mengua o la demasía de puntos correspondientes, según el patrón de la prenda, enumera profesionalmente con admirable lucidez.


Máquina de coser de la marca SIGMA, en un estado impecable, en la casa de la Lucía

Apasionadamente, una vez hemos subido a la cámara de la vivienda para ver la máquina, continua la charla con el proceso de tricotado, con su numeración de puntos, encajes, mermas, y accesorios de la tricotadora, sin perder hilo.

Hemos ascendido no sin cierto trabajo, pues salva Lucía con bastante dificultad las tabicas y peldaños de los escalones irregulares de acceso a la cámara. Fue imposible convencerla de lo contrario, de abstenernos de subir no fuese a haber una mala caída, pero empeñada, con ilusión de niña entusiasta por enseñarme la tricotadora, cuando quise convencerla, ya se encontraba en el primer rellano.

Seguros en la estancia abuhardillada, por la que Lucía se movía desenvuelta, con asombrosa lozanía, comienza entusiasmada su visita guiada. La tricotadora estaba tan envuelta con sábanas y viejos periódicos entrelazados con cuerdas, que no me atrevía a desvestirla, como si se tratara por miedo a deshilacharlo de algún delicado manto bordado de pan de oro con incrustaciones de pedrería de una antiquísima talla de alguna Virgen veneradísima. Pero Lucía, continuaba con insistencia afanosa, pedagógica, y en un periquete la máquina la teníamos a la vista con todos sus elementos mecánicos al descubierto con los envoltorios hechos un ovillo sin romanticismos a nuestros pies, que tira por tierra esta extravagante comparativa, sacralizada literariamente, desmesurada.

En esta somera inspección, la tricotosa tiene aspecto de maquina bien engrasada y funcional, pero obsoleta e inútil, como las antiguas noticias de esos periódicos de noticias extemporáneas que la empaquetan. Se trata de una tricotosa suiza de los años 70 de la marca PASSAP, modelo Duomatic 2. Es de pequeñas dimensiones, sustentada en borriquetas metálicas, y desmontada de la mesa de trabajo. Como he escrito, es eléctrica, de doble carro deslizante, superior a la anterior: manual y de un sólo que carrete, con mayores prestaciones, automatismos, y diseños de puntadas. De los diez años que Lucía estuvo confeccionado jerséis, sólo los dos últimos fueron con esta precisa tricotosa, de perfecta fabricación suiza según leo en los manuales de uso e instrucciones que circulan por internet.

Su mayor valor, testimonial en lo económico, es la relativa antigüedad y la curiosidad mecánica, pero principalmente el saber que sus hierros guardan la vida de toda una década de trabajo. En las páginas de coleccionismo he comprobado que estos antiguos aparatos se venden en el mercado de segunda mano sobre los 200€.

Lucía abre y cierra baúles, cajones, y armarios, y me muestra uno a uno todos los accesorios del cacharro textil, estéril, que desempaqueta con mimo y cuidado, sin olvidar su posición, el nombre y el uso de cada uno de ellos. Incluso guarda un buen pedazo de parafina, por si en cualquier momento recibiera un nuevo encargo. Termino convencido que, si la apremio, sería capaz de montar toda la máquina y comenzar a tricotar sin la menor cortapisa, tomarme medidas y tejerme un jersey, quedándome con cara de bobo, perplejo y admirado. Al finalizar de la visita, posa orgullosa, solemne, frente a su tricotadora. Colocado todo en su sitio, perfectamente embalado de nuevo, baja con cuidado, de culo y apoyándose en las paredes por las desgastadas escaleras encaladas, hasta que su cabecilla pelona y canosa desaparece de la cámara.



La aventura textil de Lucía no termina con los jerséis. Aun se dedicó un tiempo más a confeccionar los colchaos de Torrejoncillo del Rey. La Aniceta, de la familia de los Fabricantes Vals Aracil, los propietarios de la Fábrica de Lanas de la Ventosilla, situada entre los caz del río Gigüela de las Nogueras y el del Molino de Anchea, al final de la Dehesa de Jaramillo, cerca ya de la Ermita de Urbanos, continuaba emborrando lana con la última máquina de la fábrica.

Al desmantelarse el molino a finales de 1968 con el fallecimiento de Antonio el Fabricante, se trasladan al pueblo la desconsolada viuda Aniceta y la tremenda emborradora desmantelada a una pequeña casa de la calle Cuenca -aun me pregunto cómo pudieron encajar el maquinucho espectacular en la habitación minúscula-, donde la familia perpetúa alguna década más el negocio de la lana, ya sin tejedoras, para fabricar colchones y colchaos, y la venta de paños abatanados al metro11.

En la recta final de la histórica fabricación de paños y géneros de lana de Torrejoncillo del Rey, un reducido grupo de mujeres del pueblo, entre las que no podía faltar la Lucía, trató de mantener esta pequeña industria textil local unos años más, hasta los años 90, confeccionando estos colchaos bajo la enseñanza y los encargos de la Fernanda.

Con la lana emborrada que suministra la nuera de la Aniceta, extendida sobre la tela a medida según el ancho de la cama, de algodón y poliéster y color al gusto, y dispuesta sobre una lona en la cámara para preservarla limpia, Lucía plegaba y cosía el edredón, “como un talego”, para después, con el patrón correspondiente, dar las puntadas decorativas sobre los dibujos con la SIGMA, máquina de coser que ha posado en estas páginas.

La tradición lanar en Torrejoncillo del Rey y su industria siempre fue de consideración. En cualquier diccionario histórico de Cuenca y sus pueblos, aparece destacado en la industria textil de lanas, paños, y cordeles de la provincia. También en la ganadería trashumante y producción de lana. Otro hilo más del que tirar para la investigación, y musealizar sus resultados con estos y otros cacharros fantásticos, salvaguardados, en algún lugar público destinado a recuperar esta cultura popular, de tanta identidad en Torrejoncillo del Rey.

11 CHOZOS Y CORRALES. TORREJONCILLO DEL REY, UN PUEBLO MESTEÑO. Carlos Cuenca Arroyo. 2024


Máquina para el emborrado de lana de la Fábrica de Lanas de la Ventosilla, de la familia Vals Aracil

Abandonamos la cámara después de haber pasado un magnífico momento, desempaquetando y empaquetando recuerdos y comentando todas estas historias pasadas. Las campanas de la torre de la iglesia tañen las doce. Es la hora de la comida en la Vivienda Tutelada y hemos de marcharnos, no sin antes hacer un último recorrido por el resto de la casa familiar según bajamos la escalera. Enseñándome habitaciones y enseres, hablando curiosidades.

“Una bañera por lo menos aquí. Es que claro, antes, mi madre era mayor, y

claro no pida estar subiendo y bajando. Allí yo bajaba mejor porque era todo

seguido, y podía subir aquí. Pero no te creas que en todos los sitios tienen dos

váteres”. 
Comenta orgullosa, de un segundo aseo en la casa.

Busca en una mesilla junto a la cama de su madre álbumes de fotos familiares que quiere mostrarme. Desempaquetó uno de ellos -Lucía tiene toda la casa empaquetada, no sé si por conservarla y protegerla del olvido, o dejarla preparada y dispuesta para llevársela con ella en el último viaje- que abrimos despacio, con bastante cuidado, como tratando de no molestar la placida eternidad en la que descansan las personas retratadas, de no profanar ese feliz sosiego, invariable, que confirió la inmortalidad de la fotografía. Pasamos desgastadas páginas portafotos con multitud de ellas en blanco y negro, algunas a color, por las que va deslizando sus delicados y ágiles dedos, finísimos, de piel brillante y olivácea, como hilos trenzados de lana parafinada.

Algunas fotos ya las he expuesto aquí. Tome alguna más, con cierto apuro, fotos de fotos, impostadas. Sentía hurtar parte de los recuerdos que tan celosamente guarda 
la Lucía de su casa y del Bar de la Morena, de “su gente”. Me sorprendió por un instante encontrar alguna foto de boda de mi primo Felipe, Felipín, no tanto de su madre la Sole, con la que mantuvo una estrechísima amistad desde niña, desde que la Sole y sus hermanos Eulalio EsgarraEnrique Malagorra, y Anote, llegan forzadamente a Torrejoncillo desde el pueblo de Gascas de Alarcón antes de que lo anegara las aguas implacables del pantano, desplazados por la política hidráulica del franquismo de los años 50, indolente.


Gascas de Alarcón.





La Sole, la Lucía, la Abundia, y, al fondo, apartada del grupo, la Reme. Foto del álbum familiar

El álbum guarda dos fotos de su hermano Molis acordeón en mano, joven y apuesto, que fotografío de inmediato. Divertida, me explica como amenizaban los bailes de La Leonisa, en la plaza, o el de Jesús Moreno Guijarro, el Tahonero, en el Vallejo, anteriormente de los Belloces de Naharros, en la actual vivienda de Jesús Cuenca y Pili Cañas, la hija de Mariano CantareroEsta casa, a mediados de los ochenta, fue temporalmente sede del Ayuntamiento durante las obras de remodelación del edificio actual del Consistorio, y albergó también el bar de los jubilados durante este breve periodo de reformas.


Me quedo de piedra cuando me dice que acompañaba a su hermano tocando la batería, formando dúo, como si tal cosa, haciéndose la desinteresa. La imagino una chica ye-ye.

- ¿Pero dónde aprendiste a tocar la batería, mujer?

“Con mi hermano Molis. A ojo. Tarará tachín tachín tachín… Se cogía a la

pareja, así, pum pum pum, pum pum pum, y bailaban dando vueltas al salón.

Hemos hecho más títeres que pepinos”
. Espeta con toda naturalidad y

solvencia, con una sonrisa entre pícara y orgullosa.




Casimiro Molis, tocando el acordeón. Foto del álbum familiar

Me detengo en una última foto más, ésta a color, con la familia frente al Bar La Rápida. Son numerosas la de esta guisa. Lucia me cuenta que el bar permaneció abierto hasta la jubilación de su madre. Y no recuerda las fechas exactas de cuando comenzó a confeccionar los jerséis de lana y cuando termino, salvo lo escrito aquí de una década de dedicación.


Por la fecha de nacimiento de La Morena: 13 de junio de 1904, tendría que haber sido a finales de los años 70. En su confusión de fechas, Lucía no consigue darme el año exacto de cierre. Voces informadas del pueblo me comentan que sería sobre el 1977. La Morena fallecía mucho tiempo después, con 93 años, el día dos de septiembre de

1997. La vida la dio tiempo para disfrutar en la vejez de sus hijos. Lo que sí parece claro

para Lucía, que ambas actividades, la de tabernera y la de tricotosa, cesaron a la par.

Tras el cierre, la estirpe tabernaria de la Morena continuaría con la apertura en 1977

de un nuevo bar en la calle Cuesta, confluencia de las del Viento, Cuenca, y Soledad, en

el altillo de la antigua cabina telefónica. Esta vez con el mote del primogénito, el

acordeonista, con el rótulo de Bar de Molis. Pocos años después, en 1983, fue

alquilado al matrimonio de Cristina y Ricardo Cadenas, en su regreso al pueblo desde

Barcelona. Gracias al buen hacer de María, diligente administrativa del Ayuntamiento,

consigo del archivo histórico municipal otra copia de licencia otorgada, en este caso la

concedida al Bar de Molis en abril de 1978, siendo alcalde Antonio Carrasco, el padre

de Machiné. Pero ésta es otra historia, la de la tradición hostelera de Torrejoncillo del

Rey, que aparcamos para nuevas crónicas.



Según salimos de la casa, ya en el vestíbulo, se gira y explica la distribución de la taberna, cómo estaba dispuesto el mostrador y dónde se sentaba la gente, y otros recuerdos como el agua corriente, la compra de la primera televisión… Aun me suelta de sopetón una nueva ocurrencia. Si por ella fuera abría de nuevo la taberna. Mantiene el ánimo emprendedor intacto:

Porque tengo una edad que no sirve, si no quitaba de nuevo los tabiques, lo

dejaba todo igual, y abría la taberna. Ya tengo una edad que no. Pero no puede

ser que la gente se vaya Horcajada. 
Dice apesadumbrada, ante la ausencia de

bares abiertos en las tardes de diario actualmente en el pueblo.

Cerramos la casa, no sin antes dejar las cortinas de fuerte tela, firmemente atadas a las alcayatas del cerco, para evitar que vuelen y se descompongan con el viento, y se estropee la puerta de la calle por el efecto del sol, que pega de lleno en la fachada al mediodía. Guarda la llave atada a una cuerdecilla, como una sefardí que cierra la puerta de hogar por última vez.

Al día siguiente volverá a abrirla, y entrará de nuevo como si tal cosa de pura cotidianidad. Removerá armarios y cajones, repasará embalajes y enumerará los viejos objetos, como un minucioso inventario rutinario de recuerdos. O abstraída, pintará sus láminas de dibujos dejando pasar el tiempo hasta la hora de regresar a la Vivienda Tutelada: 
“Tengo lapiceros de colores de todos los que pidas”.


La miro de espaldas según nos vamos alejando del bar de La Morena. Se ha colocado en sombreo de pescador caqui que se cala hasta las mismísimas gafas de sol de cristales oscuros, de tipo piloto, ocultando prácticamente toda su cara menuda. De no ser por el andador y su pausado caminar, con su vestido ligero de verano, negro con muchos motivos florales de tonos ocres y marrones, y el talle delgadísimo, parecería una muchachilla con un "outfit" desenfado, una hippie trasnochada “de torpe desaliño indumentario”. Nos despedimos calle Soledad arriba: “Nos vamos por donde hemos venido”, dice indiferente sin volver la vista atrás.

Torrejoncillo del Rey (Cuenca), Asunción de la Virgen de 2025 CARLOS CUENCA ARROYO























3 comentarios:

  1. Precioso trabajo, que nos hace sentirnos un poco más cerca del pueblo para quienes estamos lejos.

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  2. ¡Que gran artículo! Me lo he leído con gran entusiasmo pues me ha recordado mi niñez y juventud. Yo vivía muy cerca de esta buena familia, tanto, y que para ir a la escuela y no llegar tarde mi madre me mandaba a esta taberna a preguntar la hora ya que era el único reloj que había en esa zona. Muchas gracias por este formidable artículo.

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