- Os recomendamos la lectura de este artículo que muestra como era la vida de nuestro pueblo al igual que el resto de los pueblos ganaderos, antes de la desaparición de casi todos los ganados del campo.
- Villalba de la Sierra ha sido siempre un lugar donde la tierra, el agua y el ganado se entrelazan de manera inseparable. La vida del pueblo estuvo marcada por los ritmos de las estaciones, por los pastos y las cañadas, y sobre todo por el trabajo del pastor, del cabrero y del dulero, oficios que definían la vida comunal y sostenían la economía local. Ya en el siglo XIX, según recoge Madoz en su célebre Diccionario, el terreno de Villalba se describía como “de mala calidad y muy montuoso”, lo que condicionaba una economía basada en la cría de ganado lanar y cabrío.

Históricamente, Villalba se desgaja del municipio de Cuenca en 1510, y aunque nunca fue considerado uno de los grandes núcleos trashumantes de la zona, su término era atravesado por importantes rutas ganaderas, como la Cañada Real de Rodrigo Ardaz. Estas vías conectaban la Serranía con otras comarcas y permitían que el ganado circulara entre pastos de verano e invierno, haciendo de Villalba una parada estratégica en los recorridos de la Mesta. En la región de Cuenca, la Cuadrilla Mesteña llegó a concentrar medio millón de cabezas de ganado entre los siglos XVI y XVIII, un reflejo de la importancia económica y social de la ganadería.
El Catastro de Ensenada ya señalaba, a mediados del siglo XVIII, que la ganadería era la mayor fuente de riqueza en Villalba de la Sierra. La vida del pueblo giraba en torno a los rebaños, al esquilmo y a los oficios vinculados a la lana. Un ejemplo tangible de esta tradición es el lavadero y la casa de esquileo de Villalba, ya documentados en el siglo XVII y en pleno auge durante el XVIII.
De esta manera, la historia de Villalba no puede separarse de su ganadería, que fue motor de su desarrollo, eje de su organización comunal y razón de su supervivencia en un entorno serrano exigente y lleno de belleza.
A orillas del Júcar: el lavadero y la casa de esquileo
Apenas doscientos pasos separaban al pueblo del lavadero de lana de Villalba de la Sierra. Situado en la orilla del Júcar, su localización no era casual: el río proporcionaba el caudal indispensable para las operaciones, y al mismo tiempo permitía evacuar las aguas sucias tras el proceso. La instalación, que ya existía en el siglo XVII y alcanzó su auge en el XVIII, aparece descrita con detalle en fuentes como el Catastro de Ensenada: cercados de piedra y barro, un patio con oficinas y pertrechos, un prado cerrado para tendedero y hasta una caldera junto al río. Cada año, por sus pilas pasaban más de cuatro mil arrobas de lana, generando una utilidad de cuatro mil reales.

El conjunto comenzaba con el cañal, un canal de unos cuarenta metros de longitud que conducía el agua hasta un depósito conocido como cacerón. Desde allí, mediante tablados y canales de madera, el agua se repartía entre la caldera y los tinos. La caldera, protegida en una pequeña casilla techada, servía para calentar el agua; de ella partía un canal que la comunicaba con los pilancones de piedra (los tinos), dispuestos en hilera. Era en estos recipientes donde la lana, ya esquilada, se sumergía y se trabajaba siguiendo tiempos y temperaturas muy concretas. La responsabilidad recaía en el capitán de tinos o tinero mayor, figura clave que determinaba las condiciones de lavado según la calidad de cada partida de lana.

El lavadero no era solo una instalación técnica, sino también un espacio de sociabilidad y de trabajo colectivo. Reunía a numerosos jornaleros en temporadas de intensa actividad, convirtiéndose en un motor económico estacional para el pueblo. Su importancia se explica también por los propietarios a los que estuvo vinculado: en el siglo XVIII pertenecía a los Muñoz Carrillo y pasó después a la familia Borja, vizcondes de Huerta. Doña Petronila Muñoz de Castilblanque Carrillo lo incorporó en 1734 a su mayorazgo, junto con nada menos que doce mil cabezas de ganado lanar. Aquel enclave, a orillas del Júcar, se convirtió así en un auténtico símbolo del poder económico de las élites nobiliarias.

La existencia de este lavadero sitúa a Villalba dentro de la red hidráulica e industrial de la Serranía de Cuenca, en la que batanes, molinos y norias se encadenaban en el uso del agua como fuerza y recurso. Muy cerca de este se encontraba el lavadero de Mariana, en manos de Baltasar Pedro del Castillo Frías Jaraba, regidor perpetuo de Cuenca y gran ganadero. Todo ello refleja cómo Villalba de la Sierra fue un foco importante dentro de la red de lavaderos conquenses.
No se trataba únicamente de lavar lana: era integrar la actividad ganadera en un sistema de aprovechamiento de recursos que daba identidad y sustento a la comunidad. Por su parte, la casa de esquileo completaba el ciclo: allí se cortaba la lana de los rebaños antes de trasladarla a los tinos. El lavadero y la casa de esquileo no eran simples infraestructuras, sino auténticos engranajes de un mundo ganadero que se extendía desde las cañadas y abrevaderos hasta los mercados de lana. Entre el rumor del Júcar, el humo de las calderas y el trasiego de jornaleros, Villalba de la Sierra encontró durante siglos una de sus principales señas de identidad.
Del batán a la noria: ingenios hidráulicos de Villalba
A mediados del siglo XIX, el Diccionario de Madoz menciona en Villalba de la Sierra la existencia de un batán junto al molino harinero. El artefacto, arrendado a un vecino de oficio batanero, utilizaba la fuerza del agua para golpear los paños y enfurtir la lana, completando así el ciclo productivo iniciado en los pastos y lavaderos.
La tradición hidráulica de Villalba no se interrumpe ahí. En la posguerra se instaló una gran noria sobre el caz del molino, con el fin de regar las vegas próximas al Júcar. La primera rueda fue de madera, pero la actual, de hierro galvanizado, data de 1996. Con sus cuatro metros de diámetro y sus cangilones metálicos, sigue en funcionamiento, recordando la continuidad histórica de los ingenios hidráulicos en la localidad.


La Mancomunidad de Pastos: defensa de los comunales serranos
La ganadería en la Serranía de Cuenca no solo dejó huella en los cañales, lavaderos o abrevaderos, sino también en los pleitos que marcaron la historia comunal de sus pueblos. Siguiendo el artículo de Joaquín Esteban Cava en la revista La Mansiegona nº16, desde el siglo XVIII, tras la escritura de transacción de 1744, más de un centenar de aldeas y villas, entre ellas Villalba de la Sierra, compartían con la ciudad de Cuenca la posesión de los aprovechamientos de los montes serranos.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIX la ciudad intentó reafirmar su dominio exclusivo sobre estos territorios, lo que provocó una intensa conflictividad. En 1879, los pueblos constituyeron la llamada Mancomunidad de Pastos, con el fin de defender sus derechos de uso gratuito de los pastos serranos. A pesar de las resistencias de Cuenca, diversas Reales Órdenes y sentencias del Consejo de Estado a lo largo de las dos últimas décadas del siglo confirmaron la legitimidad de los pueblos en este aprovechamiento comunal. La Mancomunidad, con sede en la Serranía, se consolidó como una institución de autodefensa comunal, en la que los pueblos actuaban colectivamente frente a los abusos del municipio conquense.
Villalba de la Sierra, junto con decenas de municipios serranos, se integró en esta mancomunidad, que pervivió en los registros oficiales hasta el siglo XX. El conflicto puso de relieve la importancia vital de los pastos para la economía ganadera local y cómo la gestión de estos recursos estaba en el centro de las tensiones entre la ciudad y su tierra serrana. Más allá de los pleitos y las resoluciones administrativas, la Mancomunidad simboliza la resistencia de las aldeas frente al poder urbano, y constituye un testimonio de cómo la ganadería y los aprovechamientos colectivos formaron parte esencial de la identidad histórica de la Serranía de Cuenca.
Pastoreo comunal: memoria de un oficio compartido
El pastoreo ha sido, durante siglos, el latido cotidiano de Villalba de la Sierra. Más que un oficio, representaba una forma de vida organizada en común, donde cada vecino aportaba y recibía según sus posibilidades.
Los cultivos de cereal (trigo, cebada, centeno o avena) ofrecían, tras la siega, rastrojeras para el ganado comunal, cerrando un ciclo perfecto entre agricultura y ganadería. A ello se sumaba la Dehesa Boyal, espacio compartido por todo el concejo, y los animales de labor: 18 mulas y 39 bueyes que complementaban a los rebaños lanar y cabrío.
Siguiendo la obra contemporánea de Enrique Gómez Valía, Villalba de la Sierra (Cuenca), en la naturaleza y en la historia, la vida comunal en Villalba se organizaba en torno a figuras entrañables como el cabrero y el dulero. Cada mañana, los vecinos llevaban sus cabras al corral del Concejo, desde donde el cabrero las guiaba a pastar. Al anochecer, los animales regresaban solos a sus casas. El pago se hacía “a iguala”, en dinero o especie. Similar era la labor del dulero, que se ocupaba de las caballerías, llevándolas a los prados del “Prao Grande”.
El último eco de la tradición ganadera en Villalba lo encarnó Francisco Valía Notario, que mantuvo un rebaño de 220 ovejas hasta 1998, cuando decidió venderlo. Con él se apagaba una de las últimas chispas de la ganadería tradicional en la sierra.

La ganadería en la actualidad
Sin embargo, la historia no concluye ahí. Vecinos como José Antonio González conservaron pequeños lotes de ganado extensivo, más para el consumo propio que como medio productivo. En 2007, su hijo Rodrigo González, en parte por vocación y en parte empujado por la crisis urbana, inició un camino que lo llevó a convertirse en pastor. Una década después, tras ganar la lanzadera de la Diputación de Cuenca, creó en Villalba un negocio quesero basado en su propio rebaño de caprino gracias tanto al aprendizaje autodidacta como al intercambio de conocimientos colectivos entre vecinos y familiares.

Con 250 cabras principalmente veratas, una raza en peligro de extinción productora de leche y carne, Rodrigo se dedica actualmente a la preparación y comercialización de quesos en su negocio La cabra tira al monte. Con ayuda de su padre y otro pastor contratado, vende su producto tanto al consumidor final como a intermediarios (restaurantes y tiendas principalmente).
El pastoreo lo realiza por todo el término de Villalba, frecuentando unas u otras zonas dependiendo de la época del año. Entre otoño e invierno, aprovecha la zona del monte, conformada principalmente por chaparras y pinos. A través de la ingesta de matorrales, bellotas, setas, y todo tipo de bayas como las majuelas, las cabras obtienen las calorías necesarias para pasar el invierno. En primavera frecuentan la zona de las Eras, las parcelas valladas del pueblo. A partir de una relación recíproca, los propietarios les permiten la entrada con el fin de desbrozar sus pastos, cuya hierba fresca es muy beneficiosa para la producción de leche de las cabras. Por último, en verano se alimentan principalmente de rastrojos y de los frutos de zarzas, chopos… que obtienen de la orilla del río, el cual además utilizan durante todo el año para abrevar.
Además de él hay otro rebaño de ovejas de un pastor que, si bien es de Majadas, transita también por los pastos de Villalba. Ambos, como últimos pastores de la zona, muestran cómo la tradición se transforma en emprendimiento contemporáneo, manteniendo vivo el legado pastoril de Villalba de la Sierra.
Actualmente la ganadería extensiva tiene un valor fundamental. No solo como memoria viva de un legado milenario que remite al vínculo intrínseco entre el ser humano y el medio natural, sino también por sus evidentes beneficios tanto para la tierra como para nuestra propia cultura y sociedad. Ante la creciente oleada de incendios que asolan con cada vez más fuerza nuestros campos y bosques, la ganadería extensiva se revela como un instrumento vital de prevención: desbrozar los campos mantiene el bosque limpio y abierto, evitando la propagación de incendios. Además, al pastar, el ganado contribuye también a la dispersión de semillas o el abono del suelo.
En definitiva, rememorar la ganadería histórica en un pueblo como Villalba de la Sierra es al mismo tiempo un ejercicio de memoria y un posicionamiento ante el futuro inmediato. El pasado nos ofrece lecciones y preguntas clave: ¿cómo equilibrar la producción económica con la sostenibilidad ambiental? ¿Qué modelos ganaderos podemos fomentar para proteger el territorio y mantener viva la tradición? Recuperar y valorar la ganadería extensiva es, más que un acto nostálgico, un camino para construir un futuro más sostenible y consciente, en el que la historia y la naturaleza vuelven a caminar de la mano.
Referencias
- Bacaicoa Salaverri, I., Elías Pastor, J.M., Grande Ibarra, J. (1993). Cuadernos de la trashumancia nº8. Albarracín-Cuenca-Molina. ICONA.
- Cardo, M. (2022). Recuerdos de la trashumancia. En revista La Mansiegona nº16 – abril 2022.
- Diago Hernando, M. (2023). El comercio de las lanas finas del partido mesteño de Cuenca entre los siglos XIV y XVII. Instituto de Historia. CSIC. Madrid
- Girón Pascual, R. M. (2019). Lana sucia, lana lavada. Los lavaderos de lana y sus propietarios en la España de la Edad Moderna (ss. XVI-XIX): Un estado de la cuestión. En Investigaciones Históricas, época moderna y contemporánea, 39 (2019), pp. 209-256.
- Gómez Valía, D. E. (1999). Villalba de la Sierra (Cuenca), en la naturaleza y en la historia.
- Madoz, P. (1845-1850). Diccionario Geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar.
- Martínez Fonce, F. M. (1989). Una Cuadrilla Mesteña: la de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca.
- Respuestas Generales del Catastro de la Ensenada. (1752). Portal de Archivos Españoles (PARES).
- Torres Mena, J. (1878). Noticias conquenses: recogidas, ordenadas y publicadas. Imprenta de la Revista de Legislación.
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