Dado el extenso artículo realizado por Carlos Cuenca, os pondremos una serie por partes de este magnífico trabajo de documentación y recopilación.
CERROS Y VALLEJOS DE TORREJONCILLO DEL REY
“Un abandono de siglos, ha provocado la marginación de los pueblos de Castilla, perdidos entre los surcos como barcos a la deriva”.
Miguel Delibes. Castilla, lo castellano y los castellanos. 1979.
LOS LLANOS.
La pasada primavera en una de sus luminosas tardes en los que comienzan verdaderamente los días a alargarse, tratando de localizar restos de hornillos de yeso para el estudio que finalicé en el mes de abril sobre el yeso tradicional (Torrejoncillo del Rey. Un pueblo de aljez. Abril de 2022), estuve deambulando por uno de los parajes más espectaculares y fascinantes del entorno del pueblo. Se trata del Salto de la Yegua, y todo el cauce o escorrentía del Arroyo del Carretero que cuartea esta zona del término en diversos parajes, por los que caminé absorto ante tan enigmático sitio.
A pie de los yacimiento Ibéricos de la Edad del Bronce y la Edad del Hierro del cerro vigía de La Atalaya y de la Plaza de Armas, cueto desde donde nace este arroyo que da origen a su nombre: la Fuente del Carretero, encontramos un torrente que abre la tierra en numerosas callejuelas formando pequeños barrancos serpenteantes y majadas entre dolinas -muchos de sus tramos transitables, como laberínticos desfiladeros refulgentes a la luz del atardecer por los restos de espejuelo incrustados en sus paredes-, esquivando caminos sinuosos de servidumbre a las escasas parcelas de labor, circundando eriales de plantas gipsófilas, o pequeñas parcelas inaccesibles de viejos olivos olvidaos; parajes que confluyen todos en este arroyo que rotura el suelo como una calle principal hasta el valle del propio rio Gigüela en el paraje del El Batán, próximo al antiguo Molino Buedo o Güedo.
Panorámica del paraje Salto de la Yegua. La Atalaya y Los Lanos, al fondo
Panorámica paraje Salto de la Yegua. La Atalaya y Los Lanos, al fondo
El paisaje en algunos momentos parece lunar, con terrenos yesíferos, grisáceos y arrugados, algunos como digo roturados para plantaciones principalmente leñosas; otros ajardinados por la mano caótica de la naturaleza de esta rica y diversa vegetación endémica característica de nuestro término. En otros momentos la vegetación se hace más espesa y frondosa, abundante de matorral y aligas que laceran las pantorrillas del camínate incauto que se aventura al camino con las corvas abajo al aire. El paseo se hace interesante, pues a cada paso que damos encontramos ocultos entre altozanos nuevos espacios, depresiones que forman refugios o majadas, pues no en vano encontramos también otro paraje al sur, bordeado por el arroyo y el camino a Valparaíso, el de Las Majadillas, ya próximo a la Mina de la Mora Encantada.
Barranco del Carretero. Cerro de San Bartolomé, al fondo
En esta zona podemos encontrar abundante espejuelo, en considerable tamaño y cristalina transparencia (a salvo aun del turista depredador, a pesar de la cercanía de la Mina de la Mora Encantada que ya tiene sus alrededores esquilmados de restos de este tesoro mineral, quedando escasas lascas en su entorno), señal inequívoca de la existencia aquí de una mina romana aun por descubrir, tal y como atestiguan los arqueólogos María José Bernárdez Gómez y Juan Carlos Guisado di Monti por sus investigaciones llevadas a cabo sobre el terreno, y a los que tanto debemos en Torrejoncillo del Rey y la comarca de la Alcarria conquense por sus trabajos en estos campos de la geología y la minería.
Ocupación que no sin denuedo y altruistamente en muchas de sus actuaciones vienen desarrollado desde la década de los noventa, pioneros que fueron en la investigación del lapis specularis; y que tantos frutos podrían estar dando a los municipios de los Cien mil pasos alrededor de la ciudad hispanorromana de Segóbriga, si la voluntad Administrativa de los cuatro niveles del Estado: Local, Provincial, Regional, y Nacional, incluso de la propia población sumida en la atonía por la pandemia de la despoblación y el envejecimiento de la comarca, fuera firme, coordinada y con políticas convergentes, de proyectos concisos y ambiciosos; desechando esta situación actual tan errática en la gestión del patrimonio de minas, sin continuidad alguna, y dejando en manos de los pequeños Ayuntamientos sin grandes recursos y al albur de sus alcaldes, las escasas e insuficientes actuaciones que se están llevando a cabo. Quizás con la honrosa excepción del expresidente de la Diputación Provincial de Cuenca, Benjamín Prieto, en esta desidia institucional, quien apostó de una manera inequívoca y decidida por la protección y desarrollo del patrimonio arqueológico de la minería romana de la provincia. O el claro ejemplo como la unción de esfuerzos es posible entre administraciones, de la Mina romana de lapis specularis del Espejuelo de Arboleas en el valle de Almanzora, en la provincia de Almería.
Retorno al camino. Me había quedado en el Molino Güedo, situado en un corto caz perdido del Gigüela frente al Batán, del que únicamente queda en pie una pared de vieja piedra de yeso, oculta entre olmos centenarios y chopos de grandes ramas retorcidas y tronchadas descansando en el curso del desagüe, como restos fósiles de tentáculos de un mitológico kraken alcarreño en un imaginario océano de yesos. Desde este molino, prácticamente situado junto al camino de la Covatilla que transita paralelo al río hacia Horcajada de la Torre, y que también da nombre al paraje, vemos la desembocadura del Arroyo del Carretero; y entre él, los parajes de Valdegalindo al sur, y Pozo Sales al norte, con el corral y chozo de Mahoro resguardado entre pinos; y en lo alto, vigilante, La Atalaya, cerrando estos parajes ocultos, acogedores, bellos y poco transitados.
Corral y chozo de Mahoro
Restos del Molino Güedo
Si nos acercamos al término desde la carretera comarcal CM2102 viniendo desde Palomares del Campo, vemos como Torrejoncillo del Rey se sitúa equidistante en el centro de una curva de ballesta formada por una sucesión de cerros y vallejos encarados a la Mancha Alta, hacia al suroeste, como viejos barcos varados inútiles e inservibles, extenuados de navegar a la deriva en este mar de yesos, postrados al cálido sol de poniente de la llanura manchega. El pueblo, situado al pie del Cerro de las Carrasquilla, en un pequeño altillo a una altitud de unos 930 m, se encuentra escoltado entre el vallejo del Hortizuela y del Quemado, como una flecha reposando en el canal de esta ballesta geológica de depresiones y alcarrias, punta en línea a la meseta.
Alineación de cerros, de dcha. a izq.: La Moraleja, Gollizno, Cerro Calero y Valdepascual , y las Carrasquillas.
Si hacemos un recorrido a la inversa, es decir llegando desde la capital de la provincia continuando el curso del río Gigüela desde su nacimiento en la Sierra de Cabrejas, salvada la desembocadura del rio Valdepalomar, el primer vallejete que nos encontramos es el Barranco Gil, frontera entre los términos del pueblo y pedanía, escorrentía de elevada pendiente de apenas 1 km de longitud que evacúa las aguas desde Los Llanos de Horcajada al río. El segundo vallejo es el formado por el citado Arroyo del Carretero, también de elevada pendiente y escaso recorrido si no fuese por lo serpenteante de su curso. Entre ambos se encuentran los parajes abruptos con los que comenzaba este paseo de La Atalaya -en una altitud de 1050 m-; la Plaza de Armas -990 m-; y el Pozo Sales, el Salto de la Yegua, y las Majadillas a un mismo nivel menor de unos 930 m sobre el nivel del mar; y con la característica común de encontrase salvajes y olvidados de la mano laboriosa del hombre, salvo alguna punta de olivar y otras mínimas roturaciones aisladas de cereal o girasol hasta las grandes extensiones parcelarias, ya en la vega y camino a La Mancha Alta.
Panorámica desde Los Llanos de Horcajada. A dcha. el puntal de los Llanos, en el centro de la imagen el Barranco Gil, hacia la izq., La Atalaya. Al fondo el Cerro de San Bartolomé.
Barranco Gil.
El Salto de la Yegua desde La Atalaya, y el valle del Gigüela con la Dehesa al fondo; y en la línea del horizonte, la sierra de Almenara.
El altiplano que comúnmente nombramos como Los Llanos, con numerosos restos de colmenares y encerraderos de ganado identificados nítidamente a vista de pájaro, quizás con una de las reforestaciones más antiguas llevadas a cabo en el municipio en gran parte de su extensión, y que bien merece un caminar tranquilo tras la subida desde cualquiera de los puntos desde los que hayamos partido hasta ganar esta elevación, dibuja una especie de “i griega” formada por los extremos de la Atalaya al Collado de la Hortizuela hacia Naharros, con una longitud de casi dos kilómetros, y el del cerro de la Olivilla de la Virgen en Horcajada a Pinchaieres, de un kilómetro de distancia aproximadamente. Donde en el vértice de esta “y” imaginaria, delineada en las margas y calizas tableadas que forman el Llano, establezco el centro del refugio circular de pastores y ganados del Chozo Murie.
Próximamente el resto de partes.
Excelente artículo donde se detallan cerros y vallejos que muchos desconocíamos y desconocemos
ResponderEliminarGracias Benjamín por tu publicación. Si alguien quiere el artículo completo, lo paso por correo sin inconveniente alguno
ResponderEliminarDescribes muy bien
ResponderEliminarGracias por tu trabajo Carlos. Espero que alguna vez puedas publicar todos tus articulos.
ResponderEliminarGracias.