viernes, 14 de julio de 2023

Cerros y Vallejos de Torrejoncillo del Rey parte 5

 


  

“¡Qué hermosura la de una puesta de sol en estas solemnes soledades!”

La casta histórica Castilla. En torno al casticismo. 1885. Miguel de Unamuno

Foto: Miguel de Unamuno en La Flecha, 1934.

Archivo fototofráfico de José Suarez.

EL CERRO DEL TELÉGRAFO. SAN BARTOLOMÉ.

No puedo terminar esta narración sin dedicar un apartado especial al Cerro de San Bartolomé, popularmente conocido como el del Telégrafo, por la torre de telegrafía óptica que se construyó en su cima en 1850. Evidentemente esta narración quedaría inconclusa si no incluyera entre sus páginas el último de los cerros -o el primero- que configura la fisonomía del término de Torrejoncillo del Rey, y que de manera tan visible se dibuja en el horizonte desde cualquiera de sus puntos cardinales. Como la Osa Polar orienta a los navegantes, así este cerro solitario nos establece el rumbo al pueblo, como el punto central, referente inequívoco, de una rosa de los vientos.

El cerro de San Bartolomé es lo que en geografía se conoce como un cerro testigo, un otero que debido a la erosión y la resistencia de su estrato superior aparece como un cerro solitario en una zona plana, en diversas formas, principalmente de pirámide truncada como es el caso de nuestro cerro sobresaliente. No es el único visible en la zona. El más singular es el del Cerro de la Muela o Cerro del Castillo de Amasatrigo en el término municipal de Campos del Paraíso, éste de menor tamaño, tanto en altura: 950 m, como en extensión: unas 12 ha., y con forma más acusada de un cono seccionado; y que también se presta a una visita interesantísima.

Si pudiéramos sobrevolar el cerro del Telégrafo, desde el cielo vemos que tiene la forma de concha de viera, como la del peregrino del Camino de Santiago, con las escorrentías erosionando su suelo, también de margas y calizas, como las costillas radiales de la valva convexa de este fósil, trazadas imaginariamente desde el aire.

Tiene una extensión de unas 70 hectáreas en manos de un único propietario: algún heredero de Doña Paquita, la maestra nacional, que ejerció en el pueblo en la década de los 50; y una altitud de 1.044 m, circundado por el camino de Valparaíso a levante, con el corral del Cerro a media ladera, y el de la Zarza a poniente, también con su corral al pie de esta falda, el de la Casilla del tío Illana.

Ambos caminos parten perpendicularmente del carreterín a Horcajada o camino de la Vega. Al norte, el trazado de la línea ferroviaria del AVE, la Autovía A40, y por último la vieja carretera Nacional, como adarves inexpulsables. Al sur, el Batán, junto al Gigüela. 



 Vista aérea del Cerro de San Bartolomé. Google Earth.

 

 

Trazado de la Línea del AVE, a su paso por el Telégrafo. Al fondo el Cerro Colado Rubio en Horcajada de la Torre.

   Visto de perfil, el cerro parece la cabeza de un enorme elefante yacente, viejo y agotado, como si el poderoso animal hubiese caído del caparazón de la “Tortuga del Mundo” surcando el espacio -la Gran A'Tuin de la fabulosa saga de literatura fantástica del escritor Terry Pratchett-, en algunos de sus giros inesperados de navegación ingrávida, abatido de soportar “Mundodisco”, para terminar sus días reposando en la Mancha Alta conquense.


 Vista de la cara sur del Cerro de San Bartolomé, desde el Pozo Sales.

Como he comentado, en su cima encontramos varias construcciones. La principal, ubicada equidistante entre los extremos norte y sur, la que da nombre al cerro, la torre del telégrafo nº L2C-106 del ramal Cuenca – Tarancón, de la línea de telegrafía óptica Madrid – Barcelona, y que junto con las líneas que cruzaban el territorio español desde el centro a norte y a sur: Madrid – Irún y Madrid – Cádiz, se implantaron en España entre los años 1844 y 1854; si bien con escasos años de funcionamiento, ante la irrupción de la telegrafía eléctrica. Quizás su punto álgido fue durante la última guerra dinástica, red de comunicación básica en la contienda civil.

La anterior torre de este ramal, en excelente estado de conservación, muy apropiado para una intervención integral para su restauración y recuperación, se encuentra visible en Horcajada de la Torre, en el cerro igualmente con el mismo topónimo de “Telégrafo” en su término. Y la posterior en Carrascosa del Campo, en su Sierra, apenas restos de ella, oculta entre pinos y mancillada por los molinos eólicos del pueblo vecino, y las nuevas torres de comunicación de telefonía móvil. Las distancias entre ellas no supera los quince km. El estado de la nuestra, evidentemente, es lamentable. Construida en mampostería con piedra de yeso, apenas mantiene parte del zócalo, y resiste una única pared en pie, con los restos de muros, lienzos y pisos desgajados, amontonados y disgregados a su derredor. No obstante, bien merecería otra intervención para la limpieza, consolidación y conservación de los restos inhiestos de este vestigio histórico, como un gesto de última dignidad para esta infraestructura básica, ante su previsible e inminente desaparición. 


 Torre de Telegrafía Óptica nº L2C-106, del ramal Cuenca – Tarancón, de Torrejoncillo del Rey.

Esta línea de telegrafía fue declarada BIC con la categoría de Sitios Históricos, según Decreto de la Junta de CLM el seis de julio de 2019. La Diputación Provincial de Cuenca, en su etapa anterior, desarrolló un ambicioso plan para la intervención y restauración de este patrimonio para la comunicación del siglo XIX, en colaboración con el Colegio de Arquitectos de Cuenca, siendo agraciado el Ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey con 40.000€ de ayudas para la torre de Horcajada, con cargo a los remanentes de esta Administración provincial de 2018, y que contó con el acuerdo previo de la familia propietaria Navarro Trapote para la cesión incondicional, altruista y desinteresada.

El cambio político en la Diputación dejó clara cuán volátil son los compromisos de las instituciones con los pequeños municipios. No voy a volver a este asunto, ya referido aquí sobre la falta de consistencia y continuidad en las políticas de defensa del Patrimonio de la Región. Y sobre mi opinión por la pérdida de estas ayudas, así como los 200.000€ concedidos –¡mira la bolita… dónde está la bolita!- para la restauración de la Ermita de Ntra. Sra. de la Paz, del desparecido convento franciscano del siglo XVI-XVII de Torrejoncillo del Rey, también con cargo a este remanente del ejercicio 2018 para infraestructuras y patrimonio de la D. P., remito a los curiosos a mi carta abierta al presidente de la institución provincial, publicada en diversos medios de la provincia en agosto de 2019.


 Torre del telégrafo. Vista desde el Corral del Cerro.

El alto del cerro también acoge otra pequeña construcción de infraestructuras, no por ello menos importante. Se trata de un monolito que forma parte del Red Geodésica Nacional. En concreto es el vértice geodésico nº 60871, con el nombre de Torrejoncillo, construido en 1985, para referenciar exactamente esta posición geográfica. Está emplazado en la zona del llano del cerro más septentrional. Una vez más quiero entender que no es casualidad el emplazamiento de esta instalación geodésica estatal en el cerro del Telégrafo para localizaciones y georreferencias, una elección meramente técnica, científica.

Don Julián Balsalobre, en el capítulo de si libro dedicado a las ermitas de Torrejoncillo del Rey, en referencia a la de San Bartolomé situada en este cerro, escribía: “Este cerro era divisado por los pastores a gran distancia y lo conocían con el nombre del Pez, por su semejanza por los montones de trigo y cebada que en las eras se formaban después de haber sido trilladas las mieses y el trigo ya aventado. Les servía de orientación y para conocer las jornadas que les faltaban para llegar a su destino”. Los pastores referidos eran los trashumantes que guiaban el ganado desde la serranía de Cuenca a Andalucía y a las Extremaduras, y la ubicación de este vértice de hormigón en el alto y señero Telégrafo, una vez más me lleva a afirmar que las tradiciones, la transmisión de costumbres atávicas presentan la base para muchos de los avances e innovaciones tecnológicas, no siempre fruto del azar o la investigación, como en este caso, donde la ciencia llega a remolque de la sabiduría popular.


Vértice geodésico Torrejoncillo, nº 60871 de la Red Nacional de Geodesia, en el cerro del Telégrafo.

La última de las edificaciones a lomos de este plantígrado de calizas que hacen este cerro tan singular sería la Ermita de San Bartolomé, ubicada en el puntal del cerro, en verdad muy similar a la Atalaya, y como no podría ser de otra forma, construida a oriente. Si nos hemos fijado, a lo largo de este recorrido por las alturas del término, no encontramos en ninguno de sus vértices y puntales relacionados ermita alguna, a pesar del numeroso inventario de ellas en Torrejoncillo del Rey.

El núcleo urbano se encuentra rodeado de estos edificios sagrados, como un círculo de espectros protectores: Ermita de la Soledad, Ermita de Ntra. Sra. de la Paz, a punto de colapsar, Ermita de San Roque, hoy nave agrícola, Ermita de Santa Ana en el interior del cementerio, derruida e inaccesible, Ermita de la Esperanza, abandonada, siempre misteriosa, y la última, a mayor altitud que el resto, también desaparecida, la Ermita de Ntra. Sra. de los Dolores, al pie del cerro de las Carrasquilla, ubicada en lo que ahora ocupan los depósitos de agua para abastecimiento municipal del pueblo. En el callejero interior, los resto de la Ermita de la Salud; y extramuros la nombrada de Ermita de San Sebastián, en el Santo, o la mítica Santa Brígida y la Ermita de la Virgen de Urbanos morada de la Virgen amada y piadosa, en el confín del término, junto al valle del Gigüela. Pero la única que como escribo se construyó a estos más de mil metros de altitud de entre todos los cerros por los que hemos deambulado, sería, prominente, la Ermita de San Bartolomé.


 Puntal del Cerro del Telégrafo, con los restos de la Ermita de San Bartolomé.

La festividad del evangelista Natanael, pescador, mártir galileo, desollado vivo y decapitado por su generosidad y dar a conocer fervientemente la palabra de Jesucristo y propagar su santa religión, es celebra el 24 de agosto. Don Julián, sobre esta ermita, escribe: “Por su situación, en la cima del cerro, pequeño tamaño, y distante de toda población, hace pensar que su construcción debió ser por haber ocurrido algún acontecimiento o por alguna promesa, lo cierto es que no se tiene noticias sobre su origen”.

Por mi parte, en este afán fantasioso por relacionar cualquier piedra, hontanar, paraje o mínima construcción con la España mágica, sin investigación o justificación documental alguna salvo la intuición desaforada y la imaginación sin tacto, diré que el culto al santo se remonta principalmente a la etapa de reconquista castellana, y entre otros es patrón de los pastores, agricultores, mineros, y transportistas de sal…, y mercaderes de queso, alimento básico no sólo del gremio, sino para su economía, elaborado como sabemos a base de la leche de ovejas y cabras.

Por todo esto, no puedo evitar, ante la numerosísima existencia de corrales, apriscos, rediles, majadas, chozos, dormideros…, para custodia de rebaños y refugio de ovejeros en el término (con dos de estas construcciones ganaderas a este y oeste), y la situación estratégica y de referencia del cerro testigo, con su posición emblemática para la ruta de las trashumancias merinas por la Cañada Real nº 4 del Collado Rubio, que cruza el término de Torrejoncillo del Rey, tangente al Telégrafo en su cara norte, incluso la proximidad de la propia mina romana de La Mora Encantada y sus rutas de cristal, apostillar a lo dicho por el viejo maestro de escuela, que la construcción de la ermita de San Bartolomé bien podría asentarse sobre los restos dedicados a alguna antigua divinidad pastoril como la diosa romana Pales, protectora de ellos, o la diosa Luna, Selene, que protegía de la Oscuridad a los mineros. Levantada acaso sobre una atalaya de vigilancia de otras Edades, al estilo de la Plaza de Armas, donde los pastores custodiaban las realas, o se protegían alrededor de un fuego con los astutos canes en vela, siempre aleta. O avanzada la reconquista y consolidación de los reinos cristianos, emplazar la primera ermita Ad maiorem Dei gloriam, bajo la advocación del apóstol, patrón de los pastores y agricultores, en este lugar fantástico, hermoso, y con tanta belleza paisajística extendida a su alrededor.

 Restos del Corral del Tío Illana, ubicado en la falda del Cerro a poniente.


 Restos del Corral del Cerro, ubicado en la falda a levante.

Desde su cima, el último límite de la línea del horizonte lo marca el alcance de nuestra vista, circundada prácticamente diáfana 360 grados, y la mirada que se nos ofrece se amplía ilimitadamente, limpia y espectacular, conmoviendo y ensanchando el alma, colmándola de colores: verdes, amarillos, ocres y grises en todas sus gamas y tonos según el avanzar de las estaciones del año; saturada por el olor de las palabras de los parajes y lugares, y cada uno de los rincones y detalles paisajísticos que desde aquí se divisan. ¡Y el azul, siempre el azul del cielo! La altitud de la meseta, y en particular de la Alcarria, es una altura acogedora y segura, y el tono del azul de estos cielos es como un manto protector, así el hábito de la Virgen de la Piedad de Urbanos.

Las alturas espectaculares de las altas sierras y montañas se antojan inquietantes y sobrecogedoras, me ahoga la inmensidad de su vacío, y me producen un vértigo turbador. Quizás sea la inexistencia de hogar y el trabajo del hombre en esas altitudes, desiertas e inaccesibles y que, sin su esfuerzo y labor moldeadora, implacable la naturaleza muestra su rostro más salvaje, con ese miedo atávico del ser humano a la soledad, al vacío y al aislamiento, sólo superado ancestralmente por la religión y el desarrollo de la agricultura y la ganadería.

Sin embargo, en las alcarrias, con su altura justa y medida, transición de terrenos agreste y laborables, caminamos con la permanente sensación de ir acompañado, sintiendo inquisitiva y preventiva la mirada curiosa de algún otro caminante, agricultor, cazador, o ganadero -aquí el campo siempre tiene ojos, percibiendo algún ruido metálico, manufacturado, y los sonidos de las criaturillas animales, conciliadores, que nos llegan sobre el viento.

¡Qué tranquilizador su sonido filtrado entre las acículas de los pinos! El viento entre pinochas y las hojas de los escasos rebollos y los quejigos chaparros por los que paseamos en los ascensos, es pacificador. La seguridad de sus oteros, valles, barrancos, y llanos, permite contemplar desinhibido la belleza total del paisaje, descifrar sus significados al completo, como observar un cuadro en la seguridad de un museo. En la Alcarria, la España vacía, es percibe menos vaciada, y sus soledades son en verdad “solemnes”, acogedoras y seguras.




 Vistas otoñales desde el Cerro de San Bartolomé.

Las parcelas de labor, los olivares y las plantaciones de almendros, los caminos y lindes, se perfilan exactas, y los detalles se engrandecen. Vemos desde el cerro la sucesión en alternancia de vallejos y cerros recorridos aquí, delineando la lejanía en una única raya continua, perfecta, que se pierde en el horizonte, despidiendo y convergiendo el término hacia el infinito; y si tenemos la paciencia de agotar el día en San Bartolomé, las puestas de sol desde esta almena son espectaculares, únicas de colores naranjas y rojos por cómo tiñen el cielo en los atardeceres, cambiando sus tonos hasta la ciada lenta del sol, a los añiles y violetas. La noche. Y la diosa Luna.

La gran mancha verde de la Dehesa se identifica claramente en toda su extensión, como un esmerado parque urbano rodeados de edificios, pronto más arrinconada con la nueva minería de espejillo, por las ocho grandes plantas solares fotovoltaicas, que ocuparán las cerca de ¡727 has.!, (la extensión de la Dehesa es de sólo 115 ha), empequeñeciéndola y anulando lo excepcional de su belleza forestal, intimidada por la fanfarronería y la soberbia de estas nuevas instalaciones de producción de energía ecológica y verde.  Me pregunto si en futuro lejano, apocalíptico y distópico, no existirán arqueólogos como los citados que excaven los restos entonces inservibles, aniquilados por agotamiento, de estos parques de energía solar y sus paneles fotovoltaicos, devastadores del paisaje y de toda solemnidad de estas soledades, como las admiradas por Unamuno desde La Flecha, en la Salamanca castellana.

En el libro tercero de la segunda parte de Las dos Torres, del Señor de los Anillos, J. R. R. Tolkien nos presente un personaje entrañable, Barbol, el pastor de árboles, un Ent. El cerro testigo del Telégrafo es un pastor, ancestral y fantástico que observa indiferente y casado por la erosión de los siglos sus rebaños de cerros y vallejos, consciente de su fuerza superior, siempre vigilante, como un fiel mastín. El cerro de San Bartolomé es un pastor de Cerros. Ay Dios, si resurgiera de la tierra, poderos y hastiado, arrancando molinos, y con ellos, en su grandes y firmes manos, desbastar la comarca de líneas eléctricas de alta tensión, subestaciones, y placas solares productores de energía para el disfrute urbano, a mandoblazos certeros y terribles, pisoteando trastabillado los vertederos de residuos ajenos, de nombres engañosos que ocultan interesada y torticeramente la verdad del significado de las palabras: complejo medioambiental, ecoparque, planta de biogás, cementerio nuclear…, y arrasar con su ira todo cuanto ha dañado su rebaño de montes, manantiales, y arroyos. Como los Ents terminaron con la guarida del nigromante Sauron y su legión de orcos, como Don Quijote lanza en ristre cargó sobre gigantes, a lomos de su famélico penco.


 Obras de movimiento de tierras para cimentación de molino eólico. El Monte

Es sólo literatura fantástica. La Alcarria no volverá a llenarse de gente, si es que alguna vez lo estuvo, no creo en una gentrificación a la inversa de sus pueblos, que “la ciudad se haga presencia en la España rural”. La subsistencia de esta tierra pasa, entre otras inversiones y actuaciones, por la existencia de estas grandes obras de ingeniería, básicas, de las cuales ni mucho menos estoy en contra, y por la supervivencia de los últimos restos de su Patrimonio. Bien al contrario, soy partidario y defensor de estas instalaciones. De todas, sin excepción, inequívocamente. Es sólo proyectar este rencor con el recurso de la literatura fantástica. Intuir cómo el Estado y su pesada maquinaria burocrática, con una lentitud exasperante y calculada, parece no buscar, fuera de la propaganda, la coexistencia entre estas instalaciones necesarias e imprescindibles y el territorio donde se emplazan, constatar la inexistencia de compensaciones para lograr un nuevo equilibrio entre la tradición, el mundo rural, y la “España urbana”. Vislumbrar la desaparición de esta comarca desprendida y solitaria, moribunda y entregada, tal y como la conocíamos, cuyo futuro intuyo será continuar transformándose en la fuente de recursos y el silo de desechos de las ciudades, con su turismo sostenible, caprichoso y exigente de fin de semana, y los escasos habitantes resistentes, dedicados a su cuidado y mantenimiento, como dignos conserjes.

“¡¡Pero hoy no es ese día!! ¡¡En este día, lucharemos!! Por todo aquello que vuestro corazón ama de esta buena tierra, os llamo a luchar, ¡hombres del oeste!” Con estas palabras, el montaraz arengaba a sus huestes frente a la Puerta Negra de Mordor en la última parte de la trilogía del Señor de los Anillos, El Retorno del Rey.

Torrejoncillo del Rey está situado en un lugar privilegiado, en verdad sin mucha diferencia de cualquiera del puñado de los pequeños y encantadores pueblos que conforma la Alcarria Conquense. Quizás esta alineación de Cerros y Vallejos recorridos paso a paso en este relato, oteando el sur, en esta tierra de nombres que saben y huelen, bella y sorprendente, municipio abierto a la nueva Castilla, acogedor y extrovertido, puerta oriental de la Alcarria, siempre franca, lo confieren en un pueblo singular, excepcional, que bien se merece respetar, protegerlo, y luchar por él, acaso sencillamente recorriendo los parajes de su término, recordando y murmurando sus nombres, para no perder el origen y la razón de su existencia, no olvidar de dónde venimos, y que la defensa por la recuperación del equilibrio perdido, cobre así sentido.   

 


Panorámica de los Cerros y Vallejos de Torrejoncillo del Rey, desde el Corral del Cerro, en San Bartolomé.

 

 

Torrejoncillo del Rey, en el día de san Blas de 2023

Carlos Cuenca Arroyo, es empresario y concejal del Ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey

 

 

 

 

 

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Red de telegrafía óptica a su paso por Cuenca.

Fotos: Gemma del Río, y Carlos Cuenca

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https://eldiadigital.es/art/303279/carta-abierta-al-sr-presidente-de-la-excma-diputacion-provincial-de-cuenca

 

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