jueves, 16 de marzo de 2023

Cerros y Vallejos de Torrejoncillo del Rey parte 4

 Esta zona denominada del Besuguillo, junto con la del Gollizno, me recuerda mucho a la del Salto de la Yegua con el que comenzaba este caminar por su similitud geográfica y geológica, pues a cada recodo hayamos sorprendentes recovecos de singular belleza paisajística, variedad de cultivos, y elementos etnográficos, como los abundantes restos de lapis specularis, también aquí indicando una nueva mina romana abandonada y escondida. O encerraderos para los numerosos rebaños de ovino manchego que pastaban en estas tierras, como el de Cruces donde guardaba Damián, Begin, su pastor, si giramos el rumbo barranco arriba para prepararnos de nuevo al asalto y la toma del puntal del Gollizno.

Este Barranco del Agua nace en el llano del Monte, entre los parajes del Escalón y Chirrín, de una longitud de no más de 2 km hasta aunarse con al arroyo de Fuente Canal en el paraje de las Covatillas, con una pendiente rectilínea y vertiginosa, salvando 150 m en una corta longitud inicial. Aquí también encontramos pegada al camino de Villar del Águila el corral y la casilla de la Beta: el gran número de chozos, corrales, majadas, apriscos del término bien merecen un completo inventario detallado, y que guardo en mi imaginario para otra ocasión. Animaría a todos los caminantes a iniciar el ascenso desde el Santo, y previa vista del chozo mencionado de Begin, por la escarpada senda de la derecha al Barranco, la de la ladera a norte de la Moraleja, hasta alcanzar nuevamente la cima del Monte. Esta estrecha senda de herradura, que en ocasiones podemos perderla de vista pues su traza se ha perdido en algunos tramos ante la falta de transeúntes y la irrupción desatada de la vegetación, quizás sea de las mejores para los aficionados al senderismo por el perfil que presenta, idóneo para esta práctica deportiva, y por la belleza del ascenso: ¡acaso hemos dejado atrás alguno sin encanto!

 


Nacimiento del Barranco del Agua, entre los parajes del Escalón y Chirrín.

 

En mitad de camino la parada se hace obligada para localizar escondida entre la vegetación la caseta de piedra del lejano huerto de Andrés Carús, en el paraje de La Losa, que como si del antiguo Hocino de Federico Muelas se tratara y desde donde el poeta conquense pondría el alma en su almena para componer su Soneto a Cuenca y cantarlo a las piedras de la Hoz del Huecar, Carús compondría a golpes de azadón certeros el surco perfecto para el fruto de su sustento, regado por la fuente de la Losa de este hontanar en la media ladera, acompasados por los ecos del rebuznar de los rucios serviciales y tercos, apostados en otros tantos hortales de este Barranco, como los del Tío Chute, Arruza o Juan, el Hongo, y tantos otros. 

¡Oh, tantálico esfuerzo en piedra viva!

¡Oh, aventura de cielos despeñados!

Cuenca, en volandas de celestes prados,

de peldaño en peldaño fugitiva.

 


Vista del paraje La Losa en el Gollizno, con la caseta de Andrés, Carús a media ladera a la izq.

Fijada la estampa bucólica, finalizaremos el ascenso para adentrarnos en la Moraleja, el último paraje del Monte. Este apéndice geográfico -así parece con el aspecto que toma entre las cuencas del barranco del Agua y Valdelacasa-, tiene tres puntales ahora claramente identificados, pues la ingeniería eólica ha querido situar otros tantos molinillos en hilera en cada uno de ellos, como testigos mecánicos para imaginarios titanes: el Puntal de la Butrera, el Puntal del Pilón, y el de La Moraleja. Cada uno de estos vértices merecen un parada sosegada y curiosa para asomarnos desde estos altos, como miradores exclusivos, a la belleza del paisaje que desde aquí divisamos. Alguien pudiera pensar que asomado a uno…, vistos todos. Pero nada más lejos de la realidad, pues situados en cada uno de ellos, como el “Street View” del buscador Google a la inversa, observaremos girar el término ante cada una de estas valiosas posiciones, explorando uno y mil detalles de todos estos parajes que identificamos y he venido enumerando, y si levantamos la vista hacia el valle del Gigüela, o más allá hasta el horizonte: las Sierras de Zafra, Almenara, Saelices, Altomira…, la mirada se hace eterna avistando otros lugares que desde nuestra posición estratégica se antojan encantadores, interesantísimos para la exploración detallada del microcosmos alcarreño y manchego que descubriremos; y serán aquí también para los amantes a la fotografía de paisaje quienes encuentren el filón idóneo para ejercitar esta afición, con disparos certeros, pues el encuadre se presta al halago, de manera natural.

 


Vista aérea de la Moraleja, con lo tres nuevos generadores eólicos alineados y situados en los Puntales de la Butrera, del Pilón, y de La Moraleja, de este a oeste (SigPac).

Esta larga travesía llega a su fin, quizás algo fatigados por el exceso de sensaciones que el camino ha deparado y el esfuerzo que ha supuesto este recorrido, en constantes altibajos, por parajes tan extensos, y nos preparamos para iniciar el descenso del Monte y volver al pueblo por el último de los vallejos de este inventario narrativo de la toponimia y geografía de las alcarrias de Torrejoncillo del Rey, que de forma no exhaustiva he tratado de enumerar en este viaje. El inventario del término requeriría un estudio detallado, técnico, concienzudo, y principalmente sentimental, espiritual, de la mano de aquellos mayores que con sus vivencias dejaran el trabajo completo con un contenido inmaterial más allá de una mera guía o compendio geográfico ilustrado con más o menos profusión de atlas y fotografías hermosas e impersonales, sin alma, ajeno a las innumerables vidas vividas en estas tierras ingratas, duras y bellas, que se están perdiendo inexorablemente de la memoria colectiva torrejoncillera.  

 



Tres estampas desde los Puntales de la Moraleja.

Si iniciábamos el relato en la frontera norte del término con Horcajada de la Torre establecida por el Barranco Gil, finalizamos “la curva de la ballesta” de esta sucesión de cerros y vallejos en la frontera sur con Villar del Águila, establecida de manera natural por el río de Valdelacasa. No puedo ocultar, por motivos obvios de tradición familiar, que este valle se trata de mi predilecto, ya que en él se encuentran las pocas parcelas de labor y monte del escaso patrimonio agrícola del que disponía mi suegro, desde que en los años sesenta junto con Juan Borrica y Silvero constituyeron una sociedad agraria en el conjunto de estas tierras de Las Compras y Fuente Miguel.

En el lote de reparto en el momento de la segregación, se encuentran la pequeña casilla de almacenamiento de aperos y esparcimiento, acondicionada para un gallinero y palomar, con un pedazo de tierra aneja, al norte, donde Alberto el Cordobés disponía el huerto y frutales: parras, higueras, ciruelos, membrillos…, que su cuidado y mantenimiento tanta satisfacción le darían en vida.

Con la alberca para la irrigación por el sistema por goteo del pequeño huerto, abastecida desde el pozo artesano junto al río, y que se alumbró originariamente en la década de los 60, en los inicios de la agrupación, para el riego por aspersores, con los tradicionales tubos de aluminio con enganches de cangrejo, del resto de las parcelas que se adentraban en el valle por el paraje citado de Fuente Miguel.

O el colmenar, que ya en la recta final de su vida crearía con tanta ilusión y sabiduría, ayudado por su conmilitón con el ganado apícola José, el Pillo, también tan triste y tempranamente desaparecido. Y todo este micromundo entre los Montes de la Moraleja y de Fuente Miguel con el Puntal de las Ánimas por testigo, ya en el término de la pedanía, creado por una intuición innata y una voluntad férrea, sólo quebrada por su delicada salud, a base de iniciativa y duro trabajo con la ayuda de la primera mecanización, la del viejo “Barreiros”, y el apoyo de su padre, el abuelo Diego al que tanto cariño mostraba con sus constantes referencia y recuerdos, enraizados a la tierra como la encina solitaria, preservada y cuidada hasta hoy, a los pies del Puntal.

 


Puntal de las Ánimas, y el paraje de Fuente Miguel gran parte reforestado de pinos, en el valle de Valdelacasa, con la encina de Alberto el Cordobés y el abuelo Diego, en primer plano.

El arroyo de Valdelacasa, con unos 10 kilómetros de longitud, nace en la Fuente Peñuela, a 1.071 m. de altitud, en los parajes de las Viñas del tío Antonio, y El Cubillo, casi queriendo tocar el nacimiento hermano del Hortizuela en el Espumarejo: a penas un kilómetro les separa, cada uno a ambos lados de la carretera de Huerta a la altura de la Morquera.

Como los estudiados hasta ahora, desciende vertiginosamente -perdiendo una vez más 150 m de altitud en apenas una legua-, por el valle hasta el cruce con el camino de Torrejoncillo a Villar del Águila, en el entorno del aprisco de ganado ovino de Julián Escribano y la casilla de Alberto en La Moraleja, para adaptarse el cauce a tierras más mesetarias, sosegándose hasta su desembocadura en el río Gigüela, cerca de la Ermita de Urbanos, en los parajes que custodian el río del Molino Anchea y Santa Brígida; no sin antes atravesar la carretera de Palomares del Campo por el Puente de los siete ojos y hermanarse con el arroyo de Fuente Canal en La Coronilla, en la encrucijada de caminos de La Vega, Los Molineros y la carretera de la Diputación Provincial CUV-7034 a la pedanía, situada entre estas cuencas del Cigüela y el Záncara, antiguo marquesado de Juan Jerónimo de Urrutia y Perez de Inoriza, Capitán de Coraceros de México, alcalde ordinario de la Ciudad de México, y alguacil mayor de la Inquisición de Nueva España.

 


Valle de Valdelacasa, desde el Cerro de La Moraleja, al frente el Rehoyo en el T. M. de Villar del Águila

 

 


Valle de Valdelacasa desde el Cerro de La Moraleja; al frente la línea del horizonte del Monte de Fuente Dulce, con el Puntal de las Ánimas en el punto más occidental.

Ha pasado ya más de un lustro desde que la extinta Asociación Cultural “Alonso de Ojeda”, entre sus muchas actividades culturales, lúdicas, deportivas…, organizara una ruta senderista por este Valle, iniciada en el Monte, en el camino de la Huerta en el paraje de las viñas del Tío Antonio. Fue una jornada fantástica la completada por el pequeño grupo heterogéneo chiquillos, jóvenes y mayores que participaron; un paseo agradabilísimo en el final de la primavera de 2016 por este impresionante y largo vallejo de Valdelacasa, con parada obligada en el aprisco de Julián Escribano, donde tuvimos la suerte de encontrarnos una cuadrilla en plena faena de esquilado mecánico de la majada, y disfrutar y aprender con esta experiencia de trabajo tan antiguo. Quizás sea el camino más adecuado y bonito para descubrir este entrono: descender desde el nacimiento hasta llegar al fondo del valle, y regresar al pueblo por el camino de Villar del Águila, atravesando estos sitios que he venido enumerando en las faldas de la Moraleja, Gollizno, Calero, y Valdepascual.

Pero si algo me llamó la atención, antes igual que ahora en este recorrido imaginario por parajes, catastros, mapas y fotografías, fue la soledad del campo, la total ausencia de una sociedad rural que albergue un mínimo de esperanza no ya sólo para su resurgir imposible en su modelo tradicional, o incluso mediante una repoblación virtual, basada en el mundo moderno, tecnológico, “con importantes concesiones de fueros, privilegios, exenciones o franquicias” al estilo medieval como las llevadas a cabo por Alfonso VIII en la Reconquista de estas tierras extremas; sino incluso para la subsistencia de esta última colectividad cambiante, híbrida entre la tradición y lo urbano, “donde apenas significa nada a la hora de construir su futuro”, prácticamente excluida de todo ámbito de decisión social, sin peso ni fuerza, sin libertad real, en su atonía insuperable.

Durante el sendero transitado de estos 12 km por el Valle de Valdepascual y la vuelta al pueblo después de esta larga caminata, las soledades de estos parajes fueron -y son- palpables, desoladoras y eternas, que corroboran la lapidaria reflexión del escritor y periodista Sergio del Molino: “La España vacía, vacía ya sin remedio, imposible de llenar, se ha vuelto presencia en la España urbana”, de su libro La España vacía. Viaje por un país que nunca fue. (Ed. Turner. 2016).

 


Jornada senderista organizada por el Valle de Valdepascual, de junio de 2016, organizada por ACAO.

 

No querría marcharme del Monte con esta visión tan pesimista del futuro social de Torrejoncillo del Rey, donde dejo un gusto agrio con oscuras palabras, y acaso sin lugar a la esperanza para la supervivencia de esta comunidad en la que vivo y con la que tan involucrado en mayor o menor medida en su sostenimiento y supervivencia junto con mi familia me hayo sin remisión desde mi mocedad. Vuelvo la vista atrás, una vez más en este viaje por las dos espectaculares alcarrias de Torrejoncillo, para repasar mentalmente los lugares y parajes que hemos recorrido con este texto, y agarrarme desesperadamente a sus nombres. ¡A las palabras que los nombran y representan!

Recientemente leía en el semanal cultural del ABC un artículo del creador del Reino de Celama, el escritor Luis Mateo Diez, titulado “Atmósferas verbales”, del que extraigo la siguiente frase: “No sé si las palabras huelen en lo que son o en lo que significan, sea o no sea un olor propio o un olor inducido al que la palabra sirve con lo que nombra y, a lo mejor, hasta en lo que sugiere”. ¿Acaso estos parajes nombrados de los Cerros y Vallejos de Torrejoncillo del Rey, más allá de lo que nombran o significan, de su etimología, no sugieren vidas pasadas? ¿No atesoran sólo por el hecho de nombrarlos, más allá de una unidad lingüística, toda la intrahistoria de un pueblo?

Mientras permanezca algún paseante, propio o foráneo, por estos altozanos, laderas y montículos, sendas y tinadas, abrigos, refugios y majadas, restos de huertos, fuentes y hontanares, oteros…; algún caminante sobre este mar de nubes que recorra estas tierras, bien por el mero hecho de ejercitarse, o disfrutar del paisaje, o por la curiosa investigación del patrimonio arqueológico y etnográfico,  o para la observación de la fauna y la flora…, pero que perciba y sienta el olor de las palabras, tome conciencia en su contemplación del alma que contiene estos Cerros y Vallejos en sus nombres, permanecerá viva esta España vacía, con la vana esperanza de lograr su supervivencia, contribuir a mantener su presencia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1 comentario:

  1. Gracias!!! Por un viaje imaginario, a los que en la infancia bebimos agua limpia "no tratada" de esos manantiales y las circunstancias no nos permiten hacerlo presencial.

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