viernes, 21 de enero de 2022

De la ciudad al campo: La valentía de vivir a contracorriente

 El miedo al virus, la economía y el teletrabajo impulsan el éxodo hacia zonas rurales. Alberto de Isidro Alvares ha dejado todo atrás para irse a vivir a su pueblo, Carrascosa del Campo

En pocos días, Alberto empezará a despojar la tierra de maleza y a allanar el terreno para preparar el huerto igual que lo hacía su abuelo cada febrero. Es su forma de recordarle. Le encanta su pueblo, la capital del reino, como él lo llama cariñosamente cuando habla con sus amigos. Carrascosa del Campo (Cuenca) dejó de ser su lugar de disfrute durante los fines de semana y los veranos para convertirse en su hogar. El 12 de marzo de 2020, tres días antes de que entrara en vigor el estado de alarma en España, hizo la maleta y se fue a casa de su abuela Maruja. La pandemia fue la coartada perfecta para alcanzar una de las mayores ilusiones de su vida, la de vivir en su pueblo. Su testimonio es un luminoso halo de esperanza en la lucha contra la despoblación.



Dedicado a Concepción y Maruja

 

A los 12 años, Alberto de Isidro Alvares tenía claras sus preferencias: ser futbolista y vivir en Carrascosa del Campo. Nació en Madrid y creció a trescientos metros del Wanda Metropolitano, pero su corazón anhelaba el pueblo, la gran pasión de su vida. Los fines de semana y las vacaciones solía pasarlas entre Torrejoncillo del Rey, el pueblo de su padre, y Carrascosa, el de su madre. “Los primeros recuerdos de mi niñez son en el corral con mi abuelo. Tenía una carnicería en el pueblo y yo solía acompañarle a comprar corderos en la furgoneta. También me iba con él al campo para ver cómo araba con el tractor. Disfrutar de todo eso fue una auténtica fortuna”, rememora. 

 


El empujón que la pandemia dio al teletrabajo sirvió a Alberto para dar el paso definitivo que nunca antes se había atrevido a dar “por miedo e inseguridad”. Tres días antes de que entrara en vigor el estado de alarma en España, la empresa de telecomunicaciones donde trabaja desde hace trece años le mandó a casa. Alberto no dudó. Hizo el equipaje y salió escopeteado hacia el pueblo. “Empecé a vivir la vida que siempre había soñado: libertad, trato humano con la gente y la sensación de tener la felicidad al alcance de la mano”, dice. Comparte casa con su abuela Maruja, con la que mantiene una relación muy especial, y sus días son trepidantes. Ocho horas delante del ordenador y muchas otras dedicadas al deporte, la cocina, los amigos, el huerto, las gallinas y las manualidades. Sus días son un auténtico trajín. “A veces, al caer la tarde, salgo a pasear por el pueblo y no me encuentro a nadie. Es una sensación mágica, de pura libertad”. Cambió el metro por la bicicleta, el gimnasio por el campo, el teléfono móvil por el trato cercano con las personas de su entorno y el bullicio de la ciudad por el sosiego del pueblo y no se arrepiente. Alberto no cesa en su empeño de buscar la forma de subsistir en el pueblo por si la presencialidad volviera a establecerse en su trabajo. “Hice un curso online de panadería y ahora estoy con otro de community manager porque tengo muy claro que prefiero invertir ocho horas en un trabajo que no me llame demasiado la atención y vivir aquí, antes que tener que regresar a la ciudad”, dice convencido. 



Lo único que echa en falta de Madrid es a su familia: Sus padres, Raquel y Benja, y su abuela Concepción. “He pasado de vivir con ellos todos los días a no verlos. Mi abuela es mi gran tesoro y su llama se va apagando. Mi hermana Almudena también vive en la ciudad y hace dos semanas me ha convertido en tío. Ellos saben lo mucho que me apasiona el pueblo, así que me apoyaron en mi decisión de vivir en el pueblo desde el primer momento”, comenta. Sus amigos de Madrid “flipan” con el giro que Alberto ha dado a su vida y aseguran sentir cierta envidia por la valentía de dejarlo todo atrás para vivir en un pueblo de alrededor de cuatrocientos habitantes. “Algunos amigos ya han venido a visitarme y otros tienen pensado hacerlo pronto. Para ellos, Carrascosa es la capital del reino”, dice entre risas. 

 


Hay dos épocas del año en las que Alberto disfruta especialmente de su pueblo. La primera es la estación primaveral. “En abril el campo está espectacular, bellísimo”. La otra comienza en octubre: “Marca el inicio del otoño y el invierno y a mí me encanta el invierno. La tranquilidad vuelve al pueblo después del trasiego de veraneantes. Me considero muy sociable, pero me encanta la calma del pueblo durante los meses de más frío”. 

 









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