Iglesias, ermitas, restos de fortalezas y enterramientos. La orden del Temple también dejó su huella en los pueblos de Cuenca

En algunos de las historias y leyendas que os hemos contado nos
encontramos con señales, evidencias o teorías en las que se nos indica
que los templarios pudieron haber pasado por Cuenca, una estancia en la
que su misión era la de custodiar el Santo Grial, rastro que ha quedado
plasmado en una simbología que podemos observar tanto en la catedral, en
alguna ermita, o incluso como muchos apuntan en el escudo de Cuenca.
Pero no sólo podemos reducir su estancia en la cuidad, si no que
existe constancia de que también estuvieron en diferentes puntos de la
provincia. Un ejemplo claro la encontramos en Carrascosa del Campo, que apuntan que pudo ser una antigua fortaleza templaria de gran extensión. Pero tenemos que desplazarnos a Huete, pueblo al que se le atribuye a la Orden del Temple la construcción de la ermita de San Gil en 1206.
Otra señal de su paso nos lo encontramos en Mazarulleque
donde podemos destacar el castillo en el centro de la villa, del que
hoy sólo queda en pie la iglesia, lugar de estancia y de planificación
de futuras estrategias de la Orden. Parece que en la sierra de Altomira,
situada en la Alcarria, hubo otra casa fortificada de los templarios
que, con el tiempo, en el S. XVI, se convirtió en convento carmelita y
hoy es la ermita de Nuestra Señora de Altomira, utilizada por los
caballeros durante algún tiempo.

Pero sobre todo destacar la ermita de Villar del Saz de Arcas
a la que se le atribuye haber sido encomienda militar. El nombre de
Arcas parece referirse al Arca de la Alianza, el cofre que contenía las
Tablas de la Ley, tablas de piedra en las cuales figuraban inscritos los
Diez Mandamientos que Dios entregó a Moisés en el monte Sinaí.
La llegada de los templarios a Cuenca no fue como ellos la habían
imaginado y como tan acostumbrados les tenían. Alfonso VIII no le tenía
demasiado aprecio, les tenía casi como enemigos, tal era su
convencimiento que los asemejaba y comparaba con sus más acérrimos
rivales. Motivo por el cual, les hizo mantenerse alejados de sus planes
de reconquista. Al principio sólo llegaron unos pocos caballeros, venían
del reino aragonés, lugar donde contaban con un fuerte vínculo y
aceptación, y su objetivo era unirse a la expedición reconquistadora de
Alfonso VIII hacia la Cuenca de 1177, idea que no agradó mucho.
Alfonso VIII siempre pensó que unos caballeros que provenían de
expandirse por el reino aragonés, y parte de la península, no eran de
fiar, una intrusión donde nunca apreciarían las conquistas castellanas,
donde las batallas se ganaban con sudor y no con favores. Un sistema
económico que no le convencía ni deseaba para su pueblo, argumentos que
hicieron que nunca confiara en ellos en su totalidad, y sobre todo algo
que enfadó la Orden.
Tras las conquistas de Alfonso VIII en Alarcón, Alconchel, Cañete,
Cuenca, Moya, Paracuellos, Valera, entre otras, los Templarios no habían
recibido ninguna aportación económica, era el único que no lo había
hecho porque incluso el cabildo catedralicio de la Catedral de Cuenca
que estaba recién constituido y los Concejos nuevos de las Tierras
conquenses les habían hecho su donación pertinente, los que les hizo
entrar en cólera.
Pero es que no debemos olvidarnos que Alfonso VII les había encargado
a la Orden del Temple la defensa de Calatrava, y que no fueron capaces
de defenderlo, motivo por el que territorio quedó al frente del ataque
almohade, ya que abandonaron su posición en 1157, por no hablar del
impedimento que le ponían al intentar expandir el lenguaje castellano
ante otros dialectos impuestos por el Temple de manera indirecta.
En la Alcarria conquense según cuentan pastores y aldeanos, nos
podemos encontrar unas tumbas, ubicadas en lugar que muchos catalogan
como telúrico, con mucha energía, al lado de unas cuevas utilizadas en
la antigüedad.
Unas tumbas que podrían pertenecer a los fraters templarios,
que forman parte de una leyenda de un grupo de hermanos de la Orden se
refugió en esa zona huyendo del acoso inquisitorial del Papa Clemente V y
del sátrapa francés, que hicieron llegar a sus secuaces hasta el lugar
donde se encontraban los cristianos, convirtiendo el lugar en un mar de
sangre.
La evidencia del paso de los templarios por Cuenca nos sigue dando
pistas como en la iglesia de San Pedro de planta octogonal e interior
circular similar a la estrella templaria de ocho puntas. Pero la más
significativa nos la encontramos en iglesia de San Pantaleón, siempre
vinculada a la Orden, de la que hoy sólo quedan las ruinas.
Lugar donde aún podemos contemplar un grabado, a la entrada en uno de
sus capiteles, nos referimos a la imagen de San Miguel arcángel
empuñando la espada justiciera, una figura propia de todos los templos y
la simbología de esta orden, el caballero templario se considera
defensor elegido de la Ciudad de Dios, en la que el arcángel es el
primer guardián del conocimiento que emana del "árbol del bien y del
mal", una descripción del guerrero templario.
Entre San Pantaleón y la catedral hubo un recinto llamado la
Claustra, lugar donde los templarios habrían estado asentados junto a la
catedral y que pensamos que pudieron intervenir de algún modo en su
construcción, reflejando en sus estructuras dejando plasmada su
simbología sobre todo la relacionada con el esoterismo.
Como ejemplo nos encontramos con el capitel de la portada
representando a un jinete alanceando a un dragón, como alegoría de la
lucha entre el bien y el mal, alusión al neófito, persona que se ha
convertido recientemente a una religión que acaba de ser bautizada, en
el momento de su iniciación por medio de la cabal, un pensamiento
esotérico, sobre una cabeza invertida de cuya boca brotan unas cuerdas o
enredaderas.
Incluso en su restauración se encontraron algunos sillares con
representaciones figuradas, tales como una clave de bóveda con el
cordero místico, y en una voladizo donde se representa una tosca
calavera tocada de un yelmo de amplias alas.
Fuente: https://cadenaser.com/
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