martes, 7 de marzo de 2023

CERROS Y VALLEJOS DE TORREJONCILLO DEL REY Parte 3

 

Así se lamentaba hace unos días Angelita, mi suegra, acordándose en su convalecencia del cerro emblemático, como un verso postrero. Quizás junto con la exclamación ¡Ay, Virgen de Urbanos!, sean las dos expresiones más recurrentes de los nacidos del pueblo en momentos de tribulación, en esta influencia inquebrantable del terrero sobre sus habitantes, referencias que permanecen toda la vida en el subconsciente, como asideros inalterables de pertenencia, a los que siempre se acude y regresa en busca de amparo.

 

 Torrejoncillo del Rey desde la desparecida Ermita de San Roque. Al fono el cerro de las Carrasquillas, con los siete quejigos y el monumento del Sagrado Corazón de Jesús en el puntal.

Cansados de salvar tantos montículos, damos la espalda al pueblo, tratando de retener las vistas y sensaciones recibidas desde las Carrasquillas, para continuar llaneando hacia el este, hasta llegar a la carretera de Huerta de la Obispalía, atravesando el paraje del Modorro. Dejando al norte los puntales o vértices de la Mochuela y la Morquera -a 1.071 m de altitud- giraremos sobre nuestros pasos buscando el nacimiento del Vallejo del Quemado en la Fuente del Piojo, nuestra siguiente estación. No sin antes visitar dos corrales supervivientes, alineados y circulares, ubicados a la altura de Don Pedro, en las Carabinas, y un tercero principal de mayor tamaño, ya desaparecido, el del Corral del Tío Remolín, donde antaño encerraban los toros y vacas, pastoreados desde Cuenca, para las fiestas de feria de Torrejoncillo, Palomares del Campo, y Montalvo, en los meses de septiembre, para san Miguel, finalizados los tiempos de las cosechas de cereal y la vendimia.

 

Desde esta fuente arranca nuestro cuarto cauce, que con una longitud de unos 3 km se adentra en el pueblo por las antiguas huertas del Convento franciscano de los Ángeles Custodios, entre las Ermitas de la Soledad y de Ntra. Sra. de la Paz, a través del barraco encauzado de obra de piedra en su traza urbana, con la piscina y las instalaciones deportivas municipales a un lado, al sur, y la Huerta Niso al norte, hasta desembocadura en el Hortizuela, en la Puentecilla

 

Vallejo del Quemado, y el cerro de Valdepascual.

Este bordaño alimentaba toda una red de pozas desperdigadas en orden descendente por la ladera de Valdepascual, a su vez alimentadas por otros pequeños manantiales, que regaban innumerables huertos a lo largo de todo este vallejo; comenzando con el de Eño, para continuar con los de tío Silvestre, Mohíno, Inri, Pinchaculos…, hasta llegar al último, el huerto que fue de Orejones, antes de la entrada del arroyo al pueblo Hoy apenas se mantienen un par de estos nichos de vida hortícola en producción ocasional y de esparcimiento, dejando así su misión principal de antaño de contribución indefectible a las economías domésticas del pueblo para convertirse su explotación en actividades de ocio y entretenimiento. Descender paseando por este valle en las largas y luminosas tardes de primavera es un espectáculo impagable, acercándonos lentamente como un zum al pueblo, con el Convento y el Silo al fondo ocupando el centro de visión, y a lo lejos, en la línea del horizonte, peinado los campos, el canal del Trasvase Tajo- Segura

 

Bordaño en una de las pozas del huerto del tío Silvestre.

 

Restos de la Ermita de Ntra. Sra. De la Paz del antiguo convento franciscano de los Ángeles Custodios tras el silo del SENPA. Al fondo el Trasvase Tajo - Segura

No es el momento aun de descender, y continuando en el páramo, desde la fuente del Piojo, salvaremos la Tiná de Timote, para bordear, manteniendo con altibajos los 1.070 m de la curva de alto nivel de este nuevo paraje de Alto de la Azuela, los cerros de Valdepascual y Calero, asomados permanentemente al espacio que desde estos nuevos cerros se nos ofrece a poniente.

A partir de aquí es un continuar paseo entre las tierras de labor de secano para el cereal y el girasol, entre encinares, pedregales y tomillos, y esquivando los colosales generadores de energía eólica recientemente elevados, y que tanto han cambiado la fisonomía del Monte, para el consumo de esta electricidad alternativa, aldeana, de los patinetes, bicicletas, y vehículos eléctricos de los urbanitas allá en las ciudades sostenibles. Potentes máquinas, inmisericordes, esenciales para el nuevo modelo de economía circular: “extracción, diseño, producción, distribución, consumo, recogida, y reciclado”. Y yo apunto eliminación, pues por mucho que quieran publicitarnos la cuadratura del círculo, la existencia de residuos es real, como muy bien percibe esta comarca y las aledañas, “privilegiadas”, potencialmente receptoras de desechos en nuevas instalaciones de nombres inciertos, distorsionados, cuyas nominaciones, en una perversión del lenguaje calculada, interesada y maniquea hasta la náusea, deforman y camuflan interesadamente hasta la exasperación, su verdadero y selectivo fin.

De estos generosos lugares, en este imperfecto y falsario círculo ecológico, parten la energía y el agua, la materia prima agroalimentaria y su primera transformación, y regresan los residuos para su valorización, almacenamiento, o eliminación a esta tierra esquilmada y exhausta. Además de aportar la última vitalidad con la emigración irreversible de la juventud, sin opción al necesario relevo generacional para la subsistencia de la provincia del crimen: como sabemos por el último dato del INE, Cuenca continúan perdiendo población, no logrando al menos recuperar la cifra de los 200.000 habitantes.


Cifras oficiales de población de la provincia de Cuenca, de los últimos cinco años. (Fuente: INE)

El pasado mes de octubre en el acto de inauguración del parque eólico que lleva el nombre del paraje donde nos hemos parado en este relato, los gerifaltes, embarrados, nos informaban que CLM se acerca a los 9.5000 MW de potencia instalada en energías limpias, en un alarde de economía sostenible. La puesta en servicio del parque va a producir energía eléctrica equivalente al consumo anual de cerca de 100.000 hogares, contaban alegremente. ¡100.000 hogares, se dice pronto! ¿Sí, pero dónde?, si el tamaño medio de un hogar en España es de 2,50 personas -y decreciendo año a año-, ¡en toda la provincia de Cuenca son 78.000 los hogares! O sea, que sólo el Parque Eólico de “El Monte” abastece a más de todos los hogares de la provincia ¡Qué locura de fanfarronas cifras!, dándose ya la paradoja de desconexiones selectivas de parques eólicos por el exceso de producción eléctrica, ante la falta previsión para ampliar la capacidad de la red eléctrica española, para el almacenamiento, distribución, y su interconexión.

En el término municipal de Torrejoncillo del Rey, donde no se supera los 2 habitantes/km², se han instalado 505 MW: 19 generadores de 5,5 MW c. u. a sumar a los 400 MW del nuevo parque solar, es decir según nos indican corresponderían ¡al 5% de todas estas energías limpias de Castilla – La Mancha! Salvo por los jugosos impuestos para la municipalidad por obras, cánones, y futuros IBI´s industriales por estas grandes obras privadas, las políticas de compensación que deberían desarrollarse para la zona por la degradación del medio ambiente son manifiestamente inexistentes (por ejemplo para la recuperación Medioambiental, o el Patrimonio Cultural y Natural; y bien al contrario, en un acto torticero desmantelan infraestructuras básicas, vertebradoras, como la antigua línea de FF.CC. Madrid – Cuenca - Utiel). Y la envejecida población residual, aquellos escasos abuelos que aún permanecen en el terruño, observan con sus ojillos vivaces y cansados, quizás algo curiosos por el despliegue técnico para la gran obra energética y el paso efímero de recursos humanos foráneos, socarrona e indiferentemente la realidad del nuevo mensaje económico -como si ellos no supieran lo que es la sostenibilidad después de una vida plena en el difícil equilibrio entre trabajo y supervivencia en esta tierra dura siempre vacía-, que no es otro que el monótono girar al capricho del viento de las aspas de los molinos y el refulgir que pronto los espejos solares proyectarán al cielo, deslumbradores, desafiándolo en día y noche, mientras se desvanecen sus recuerdos y la vida termina, “mirando como atardece y viendo toda la mar enfrente” de cerros y llanuras. Y entre tanto, indiferente y soberbia la energía fluye velozmente bastardeando el paisaje, para el uso y disfrute en las ciudades insolidarias y exigentes, insaciables. ¡Otro charco!, ¡qué facilidad! Hay que salir de aquí y volver al camino, antes de acabar enfangado totalmente. Trataré de salir airoso con la poesía del maestro M. Alcántara y la música de la cantaora Mayte Martín de por medio.

 

No pensar nunca en la muerte

y dejar irse las tardes

mirando como atardece.

Ver toda la mar enfrente

y no estar triste por nada

mientras el sol se arrepiente.

Y morirme de repente

el día menos pensado.

Ese en el que pienso siempre (*)

Deambular por este altiplano, dada su extensión, llevaría varias jornadas para el camínate inquieto y curioso, máxime si cambiáramos de dirección al este para adentrarnos en los parajes extramuros de Los Llanos y Los Entredichos y asomarnos a la cuenca del Río Záncara, ya en los términos de Villarejete y el del pueblo vecino de Huerta, capital porcina de la comarca, con cerca de 21.000 cabezas de ganado porcuno, entre madres, lechones, cebo, y verracos; repartidas por los parajes de su término de Poo, Aliagares, Hontanillas....

 

Vista del Monte, con los nuevos generadores eólicos, en el Ato de la Azuel.

El cerro Calero es un otero esquivo, humilde y modesto, prolongación de Valdepascual, a una menor altura, sobre los 1.050 m, como queriendo soltar amarras del Monte para abandonarse a la calidez de la llanura, con su árida ladera erosionada por torrenteras, coronado de jóvenes pinos roderos hasta casi alcanzar su puntal de La Tarasca, como el cráneo tonsurado de un frailecillo franciscano. Sólo las fuertes heladas de los eriales y labrantíos parecen sujetar en el alto esta coyunda geológica. 

 

Vista del Cerro Calero desde la Ermita de Ntra. Sra. de la Paz. Ocultos entre la niebla, Valdepascual y generadores eólicos.

Si caminamos en equilibrio por su ladera sur, sin dejarnos arrastrar por el influjo de la llanura y amparados en la seguridad del Monte, nos adentraremos en el siguiente vallejo, el del arroyo de Fuente Canal. Este cauce es alimentado una vez más por pequeñas fuentes y manantiales a lo largo de su curso de unos 3 km de longitud hasta desembocar en el de Valdelacasa, ya en el paraje del Mojón en el cruce de la CM 2102 con la carretera provincial a Villar del Águila, como la propia de la que nace este cauce discontinuo de la Fuente Albacar, y que también forma parte de la red municipal de abastecimiento para el beber y aseo del paisanaje torrejoncillero.

Tomar el camino -recientemente remodelado para el tránsito de los camiones de transporte de gran tonelaje de las colosales aspas de los molinillos de viento-, que desciende desde el Monte por este valle hasta las Eras del Convento, es una invitación a un paseo que no nos defraudará por la belleza de este entorno, tan accesible y cercano al pueblo: ¡no hay quinto malo! Y siempre podremos tomar un respiro en el descenso por el empinado camino tras la expedición en el Huerto de Arcadio, y disfrutar de este rincón con sus numerosas acequias y árboles frutales, con su sorprenderte casa de labor escondida entre la variada y frondosa vegetación. Un refugio fortaleza que no en vano el diccionario histórico de la lengua española nos enseña que albacar o albacara es la superficie limitada por el recinto exterior de un castillo, y en el cual se solía guardar ganado, con lo que no puedo evitar dejar correr la imaginación, y pensar que quizás la toponimia del lugar que da nombre a ambas laderas de cabecera del arroyo no sea fruto del azar.

 

Caseta del Huerto de Arcadio, en Fuente Albacar

Si hemos tomado la decisión del descenso desde el Monte por el camino del arroyo de Fuente Canal, la solución, sencilla, no será acercarnos al pueblo para abandonarnos en la banca de casa para el merecido descanso después de haber pateado tantas vaguadas y colinas, y sí continuar con denuedo en esta aventura por la fisonomía y la toponimia del término. Bien al contrario seguiremos haciendo camino, dejando a nuestra espalda La Tarasca, para adentraremos por el sur en el Santo, aquella almunia de urbanización caótica de zarzamoras, lilas, surcos y albercas, con sus asentillos y lozas de colores, y la abandonada casa de labor cercada por un pequeño bosquecillo de pinos piñoneros; vergel de los primeros juegos y escarceos amorosos de adolescencia en las interminables tardes de verano, huerto que ya forma parte del imaginario colectivo de mi generación -quizás la última- y las anteriores, ante su abrupta desaparición hace ya algunos años, cuando el paraje se transformó en una próspera y árida extensión agrícola, con su bien definidas lindes entre pardales inexistentes, y marciales besanas productivas. En este paraje se emplazó otra de las ermitas del pueblo, siguiendo la estela de abandonos también desaparecida, la Ermita de San Sebastián, dando muy posiblemente nombre a este lugar por referencia al mártir milanés, patrón de Villar del Águila.

 

Vista del Santo, camino hacia el Gollizno.

Estamos todavía a media altura, a unos 920 m de altitud, hemos descendido del alto llano, pero aún permanecemos lejos del valle del Gigüela, y caminamos en esta cota hasta alcanzar el Barranco del Agua, el sexto de los vallejos de esta expedición, y el sensacional cerro del Gollizno. A este nuevo espectacular paraje, también podemos acceder desde la Mancivera por el camino de Villar del Águila, dejando a la derecha otra fallida finca de recreo, la de Panseguro, punto de partida fácilmente identificable por el único gran fresno de la zona y a su pie los escasos juncos de la fuente del Culo que la verdecen. En la falda del Gollizno, salvando el Santo, encontramos otro de mis rincones predilectos, una zona magnífica para pasear y contemplar el paisaje que ofrece esta zona, delimitada por este camino del Barranco y el de Villar del Águila, por el que en ocasiones parecerá que atravesamos un estrecho y corto desfiladero, entre lomas de olivares, sobrevolado por lechuzas y mochuelos si el paseo es silencioso y a la cálida luz del atardecer.

 

Paraje del Besuguillo, con los generadores eólicos alineados en entre el cerro del Gollizno a la izq, y la Moraleja a la derecha.

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