Por
Carlos Cuenca Arroyo.
En
estos días de reclusión forzosa por la pandemia letal del
coronavirus COVID19, a dos semanas ya del Decreto del Gobierno de
España del Estado de Alarma y que comprende “las
limitaciones a la libertad de circulación de las personas que se
consideraron estrictamente indispensables para proteger la salud y la
seguridad de los ciudadanos, contener la progresión de la enfermedad
y reforzar el sistema de salud”,
con otras dos semanas por delante de confinamiento en
casa en la mejor y más optimista de las previsiones en la evolución
de esta crisis sanitaria, se me antoja el escribir sobre Guías de
Viajes de Cuenca.
El
enclaustramiento severo al que estamos sometidos hace más patente la
libertad ahora prohibida para desplazarnos, completa nuestro estado
de ánimo de añoranza del sencillo viaje de recreo, del paseo
turístico por callejas de cualquier vetusta ciudad, o el caminar
tranquilo por derroteros entre singulares parajes de un pueblo, quizá
el nuestro, con paisajes hasta hace pocos días despreciados por
asequibles en exceso, cotidianos.
Evocar
estas salidas, ayer posibles sin mayor dificultad que echarse al
camino, hoy inaccesibles por imperativo no sólo legal sino para
preservarnos de tal letal microscópico bicho, ha hecho detener mi
atención en algunos libros olvidados y llenos de polvo en la
estantería de casa sobre viajes y rutas por Cuenca y la provincia,
como son Relicario de Cuenca (1989) del escritor y periodista
Pedro de Lorenzo, La Cuenca de Federico Muelas
ilustrada por el fotógrafo Miguel
Ángel de Isidro Corpa "Goliardo"
en la edición que tengo de 2010, la casi centenaria Cuenca.
Guía Larrañaga edición de 1966, y la
recientemente publicada Guía de la judería de Cuenca (2019)
de Miguel Romero con dos magníficos atlas de la España y
de la Cuenca Judía; o las deseadas para completar
mi imaginaria caseta de derrota, alaguna inalcanzable tal y como se
cotizan en las librerías de viejo, como la Guía de Cuenca y
principales itinerarios de su provincia (1956) del “dandi”
César González Ruano con fotos de Francisco Catalá Roca;
las Guía secreta de Cuenca (1977), La vuelta a Cuenca
en 80 pueblos (1993), de Raúl Torres y su Viajes
a las Alcarrias esta en colaboración con Alfredo
Villaverde Gil; Tierra de Cuenca (1976) de José Luis
Muñoz; Pueblos de mi Cuenca (1978) del escultor Manuel
Real Alarcón; De hoz a Hoz. Guía de Cuenca, patrimonio de la
humanidad (2002) del filósofo conquense Antonio Lázaro; Guía
de Cuenca. Provincia y Ciudad Encantada de Francisco Gómez de
Travecedo y Pueblos y Monumentos (1998) y Pueblos
y paisajes (1999), sobre la serranía alta y baja conquense
respectivamente, Pueblos y arte: el Campichuelo (2000), y
Cuenca pueblo a pueblo (2011), del citado escritor de Cañete
tan querido por los torrejoncilleros, Miguel Romero.
Selecciono
estas guías de viaje de Cuenca y su provincia únicamente bajo el
discernimiento de mi reconocida bibliofilia, el deseo ineludible de
adquirirlas por el mero placer de verlas expuestas en los anaqueles
de mi librería, y poseer Cuenca toda entre ajadas páginas
descolgando “su alma” literaria en estas estanterías
interiores, como “almenas”. Pero hoy me he asomado a ellas
tratando de encontrar la libertad de movimientos que no disponemos,
con la esperanza de asomarme a sus páginas como a un mirador
fantástico –¡ay, esos extensos espacios inabarcables que se abren
al cielo desde los cerros de la Plaza de Armas, Las Carrasquillas,
San Bartolomé, La Atalaya, El Gollizno, El Puntal de las Ánimas...,
privilegiados palcos de Torrejoncillo del Rey!- y contemplar con
sus textos, rutas y fotografías lo que el virus nos ha arrebatado,
el caminar mirando.
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Pero la lista de guías sería inacabable, tanto como hermosos y
únicos paisajes tiene la provincia, desde la mágica Serranía,
cabeza de los ríos que llevan a los mares de este a oeste todo lo
extraordinario de estos Montes Universales: Cuervo, Cabriel,
Guadalaviar, Tajo, y el verde Júcar (Agua
verde, verde, verde,/ agua encantada del Júcar,/ verde del pinar
serrano que casi te vio en la cuna); hasta la basta
y fértil Mancha, esa llanura uniforme sólo en la diversidad
de sus parajes, cuarteados por los pequeños ríos que buscan
lastimeros y sin descanso el Guadiana y el Xúcar hasta
donde llegan exhaustos y moribundos: los Valdemembra y
familiares ríos Záncara, Riánseres, y el cercano Gigüela
que surca los términos de Torrejoncillo del Rey cerrando la Alcarria
a su paso desde los Altos de Cabrejas: ¿no os parece la
Alcarria la comarca más sorprendente de cuántas hayáis conocido?
Tantos
itinerarios como majestuosas y silenciosas piedras tiene Cuenca,
observadoras mudas de su historia, testigos impertérritos, y a las
que tantos escritores y poetas han dedicado versos y escritos: ¡oh,
tantálico esfuerzo en piedra viva!/ Oh, aventura de cielos
despeñados!/ Cuenca en volandas de celestes prados,/ de peldaño en
peldaño fugitiva. Federico Muelas. Cuenca abstracta la de la piedra
gentil, escribiría Camilo José Cela. Cuelgan
las viviendas de Cuenca sobre las hondonadas de los ríos, y es como
si la ciudad fuese borbotón de los entresijos de la tierra ibérica;
casas desentrañadas y entrañables que se asoman a la sima, de
Miguel
de Unamuno,
por citar sólo algunas excepcionales letras.
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Y qué decir de los pueblos y aldeas. Me detengo en los párrafos
dedicados por Pedro de Lorenzo a nuestro término: Villar del Horno
es una iglesia, una cruz, campos rocosos, de mucho cerro. El
villarenco puede tomar el tren, si lo desea, en Castillejo del
Romeral, estación de todos estos pueblos. Villar rinde culto a
Nuestra Señora de la Subterránea, una virgen del Siglo XIII. Si es
Naharros, se accidenta de sierras, presume de laguna, aprieta en
manchas el tomillo. Comunidad de la Alcarria, con iglesia románica,
y a cuatro leguas de Huete. Un pastor endereza su rebaño por el vado
de Valdequeda. Unas líneas más adelante en el curso de la lectura
escribiría el periodista extremeño tan “enamorado” de Cuenca:
(…) Horcajada de la Torre, partido judicial de Huete, suelo
cerrero, motas de yeso, a 913 metros de altitud.
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La guía Larrañaga de Cuenca, que lleva el título de su autor,
Julio Medina Larrañaga, es magnífica, completísima, muy
recomendable para lectores que gusten de las guías de viajes. Máxime
teniendo en cuenta su fecha: 1929. Como he comentado dispongo de una
segunda edición del año de mi nacimiento, de 1966. Cuenta con una
amplía introducción con aspectos geográficos y físicos de la
provincia, economía, historia..; repasa la belleza de muchos
espacios naturales, excursiones recomendadas por la serranía, con
abundantes fotografías en blanco y negro como es natural, alguna de
O´Kelly (descubridor hace cien años de las pinturas rupestres de
Villar del Humo)…; y como no podrían faltar, unas páginas
dedicadas a la Catedral de Santa María y San Julián y a la ciudad
“encaramada
en la crestería, entre escudos de piedra”
en palabras a Cuenca del poeta y periodista malagueño Manuel
Alcántara.
Dispone
también esta interesante Guía de un mapa despegable de la provincia
con las indicaciones de sus 91 itinerarios numerados, cada uno de
ellos con un detalle del itinerario y su correspondiente croquis de
la ruta, cerrando la guía un extenso nomenclátor geográfico
(Torrejoncillo del Rey aparece en la ruta n.º 53, y en el
nomenclátor reseña la Cueva de La Mora Encantada y cita a
Alonso de Ojeda). Sí, una guía francamente interesantísima.
Y
permaneciendo en nuestro pueblo, el Ayuntamiento, a iniciativa de la
Asociación Cultural “Alonso de Ojeda” (ACAO), está
llevando a cabo una actuación para homologar un sendero entre los
términos de Torrejoncillo del Rey y Horcajada de la Torre,
que llevará el nombre de “Sendero de La Mora Encantada”.
Se tratará de un sendero circular de pequeño recorrido (PR – CU –
119), diseñado por la Asociación, que partiendo del Corredor del
Cura, en La Puentecilla, busca el Gigüela a su paso por
la Mina de La Mora hasta llegar a Horcajada no sin antes
cruzarnos con los Molinos Güedo y Botijas, río arriba por el
camino de la Covatilla hasta la costura con el rio
Valdepalomar -otro de tantos arroyos de la comarca que en sus
escasos 3.000 m de vida llega consumido por la sequedad de estos
vallejos de rambla. Llegados e este hito, nos encontraremos en la
encrucijada de visitar la Iglesia de San Pedro Apóstol, la Ermita
de los Remidos, y optar por el merecido descanso y el refrigerio
en Las Cuevas del Vallejo del pueblo vecino para contemplar el
valle del río Valdepineda “accidento de sierras” como
la Muela y el Cerro de la Cruz -¡otro espectáculo
alcarreño!-, o continuar en la senda monte arriba hasta los
Llanos por el camino a Torrejoncillo.
El
sendero se hace aquí asequible hasta la meta propuesta, con el
obsequio que nos da la naturaleza en intensidad de olores y por este
paraje solitario que atraviesa nuestro camino de espesos pinares de
reforestación, restos de numerosos chozos y corrales, eriales,
almendros y olivares abandonados a la labor productiva, y el ingrato
monte pedregoso –hoy en flor- de aliagas, romeros, espliegos y
tomillos, si nos aventuramos a abandonar la senda trazada. El caminar
pendiente abajo hasta el pueblo es un espectáculo grandioso de
paisajes al desviamos unos metros a los citados sobresalientes Cerro
de La Atalaya y Plaza de Armas por sendos ramales del
Sendero de La Mora Encantada que nos ocupa, donde se ensancha
nuestra mirada desde los llanos de estos antiguos yacimientos hasta
las sierras de Altomira, de Almenara y de Zafra,
con ese otro río que surca en piedra peinando la planicie y
sobrevolando los Gigüela y Záncara: el Trasvase Tajo - Segura.
Nuestra
aventura finaliza en la Ermita de la Esperanza, la cueva
excavada en piedra de yeso, desgajada en el pasar de estaciones, y
que grita al pueblo su cansancio de aguantar años de abandono; con
su interesante bóveda labrada en roca en la garganta sobreviviente;
y esa desierta y diminuta hornacina, que añora silenciosa el reposo
de alguna imagen santa. La parada aquí es obligatoria para elevar la
mirada desde el río Hortizuela hacia Torrejoncillo, que
muestra en su ladera oeste los barrios de san Ramón, horadado
de antiguas cuevas estériles de vino, Cruz del Cantón, y
Calandrajo, y la monumental e inútil Plaza de Toros,
hasta el mismo cielo, con esos azules sólo propios de la meseta, que
palpa las manos extendidas del Sagrado Corazón de Jesús, en
el Cerro de Las Carrasquillas -¿acaso habría mejor pedestal?
El
viaje imaginario ha merecido la pena en este estar enclaustrado:
recorrer páginas de viejas guías, pasear interiormente por el
futuro sendero de La Mora, repasar álbum de fotos…; extrae el
cotidiano paisaje de Torrejoncillo de entre los entresijos de mi
memoria y hace más llevadera y esperanzadora la espera, ansiar más
si cabe la pronta vuelta al viejo pueblo, donde seguro miraremos con
nuevos ojos los hermosos y excepcionales parajes de su tierra,
avistando detalles que hasta ahora se nos pasaban desapercibidos por
cotidianos, tan al alcance, y que todavía hoy en esta cuarentena son
recuerdo interior vivo. Y un deseo de salud para que todos –pronto-
podamos volver a disfrutarlos.
Fuente: las imágenes utilizadas sobre la ruta del sendero del pueblo son de Inés Bállega, Técnico del Consejo de Gestión de Senderos de la D. Prov. de Cuenca
Fuente: las imágenes utilizadas sobre la ruta del sendero del pueblo son de Inés Bállega, Técnico del Consejo de Gestión de Senderos de la D. Prov. de Cuenca
Torrejoncillo del Rey (Cuenca), a 29 de marzo de 2020
Carlos Cuenca Arroyo
Concejal de Cultura del Ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey
Indicar que las imágenes utilizadas sobre la ruta del sendero del pueblo son de Inés Bállega, Técnico del Consejo de Gestión de Senderos de la D. Prov. de Cuenca. Disculpas por no haberla nombrado
ResponderEliminargracias, ahora lo pondremos.
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