En la recta final del pasado otoño, los
día del 2 al 13 de diciembre, se celebró sin mucho éxito en el
recinto ferial der IFEMA de Madrid la Cumbre
del Clima 2019 COP25
organizada por la Conferencia
de las Partes o
COP, un órgano de Naciones
Unidas.
Esta
cumbre bianual (prevista inicialmente en Santiago de Chile, pero que
dada la situación interna, este país hispanoamericano –en cambio
climático como todos pero además en alteración
política-
se vio obligado a renunciar al evento en favor de la capital
española), tenía el ambicioso objeto de establecer obligaciones
para todas las naciones implicadas para combatir
el cambio climático,
ultimando reglas necesarias para implantar el Acuerdo
de Paris 2020,
ya en la cuenta atrás, con el que finaliza la vigencia del
Protocolo
de Kyoto.
El
Acuerdo de Paris 2020, al que se llegó en la Cumbre del Clima del
2015 en la capital francesa, y que no pretendo desgranar en este
texto, emplaza a los países firmantes a “evitar
un cambio climático peligroso, estableciendo un plan de acción
mundial que pone el límite de calentamiento global muy por debajo de
los 2ºC; tendiendo un puente entre las políticas actuales y la
neutralidad climática que debe existir a finales del siglo”, y
los 195 gobiernos adheridos entre los que se encuentra España se
comprometían a la reducción de emisiones, transparencia y balance
global, y adaptación como leo en la web de la Comisión Europea.
En
esta nueva cumbre del clima 2019, parece ser que para taparse las
vergüenzas los representantes de las naciones asistentes y
justificar las dietas, se llegó a un pseudo acuerdo de mínimos:
“Chile
– Madrid. Tiempo de actuar”,
cargado de buenos propósitos y bellas palabras de moda en la
retórica de lo políticamente correcto, y que tras sucesivos
bloqueos al texto definitivo y último por parte de diversos países
no se lograron establecer estrategias y acuerdos de calado con el
suficiente compromiso de los Estados. Habrá que esperar a la 2020
COP 25, en Glasgow, de momento ciudad de la Gran Bretaña.
La
definición de cambio climático podemos encontrarla en la web del
Ministerio para la Transición Ecológica:
“Se
llama cambio climático a la variación global del clima de la
Tierra. Es debido a causas naturales y también a la acción del
hombre y se producen a muy diversas escalas de tiempo y sobre todos
los parámetros climáticos: temperatura, precipitaciones, nubosidad,
etc.”.
Y
sus terribles consecuencias, que logran que uno se acueste con cargo
de conciencia, culpable por tener la calefacción encendida en casa
en este otoño frío de adelanto de invierno que pasamos aquí en
Cuenca, o ir de compras sin capazo y en coche particular a un centro
comercial, reza así en el Ministerio:
“En
la actualidad existe un consenso científico, casi generalizado, en
torno a la idea de que nuestro modo de producción y consumo
energético está generando una alteración climática global, que
provocará, a su vez, serios impactos tanto sobre la tierra como
sobre los sistemas socioeconómicos
Se
predice la extinción de animales y plantas, ya que los hábitats
cambiarán tan rápido que muchas especies no se podrán adaptar a
tiempo. La Organización Mundial de la Salud ha advertido que la
salud de
millones de personas podría verse amenazada por el aumento de la
malaria, la desnutrición y las enfermedades transmitidas por el
agua. España, por su situación geográfica y características
socioeconómicas, es muy vulnerable al cambio climático.”.
Así,
la variación global del clima parece un hecho irrefutable, del que
no seré yo quien discrepe o ponga en duda no vaya a ser que acabe
tildado por algún gobernante de fanático, máxime teniendo en
cuenta que ya en Torrejoncillo del Rey la vamos padeciendo y
observando nada más y nada menos… que desde 1847.
Corría
la primavera de ese año en pleno reinado de S.
M. la Reina Isabel II, en
la década moderada, con el general Narváez a la cabeza de su
gobierno, en plena segunda guerra carlista, cuando el dos
de junio
de ese año un devastador pedrisco arrasó el término de nuestra
localidad y otros de la provincia.
La
tormenta fue de gran magnitud en todo el término y de graves
consecuencias para haciendas agrícolas y ganaderas, desapareciendo
completamente la hermosa siembra de granos.
En el nomenclátor de la provincia de Cuenca de 2011 “Pueblos
de España. Entre la huella del Tiempo y la fuerza de la costumbre”,
de Miguel
Romero encontramos
la siguiente reseña que sobre tal grandiosa tormenta el historiador
escribe así: en
viejos papeles se reflejan anotaciones que recuerdan el pedrisco de
1847.
Como
cuento, de este desastre natural se hizo eco la prensa del momento y
así la hemeroteca nos ilustra sobre este tan adverso estado
meteorológico del pasado siglo XIX que en nuestro término fue tan
devastador y que el alcalde,
a la sazón Dº
Juan José Valsalobre,
no tuvo más remido que pedir auxilio al “gobierno de la época”.
Previa mirada a la providencia e implorar la ayuda divina, opta el
señor alcalde por lo práctico y solicita la humana para paliar
tamaño impacto
tanto sobre la tierra como sobre el sistema socioeconómico
de Torrejoncillo del Rey.
Esta
iniciativa para acudir a Isabel II y apremiarla al socorro de nuestro
término municipal, parte de una entrañable carta del señor
alcalde, dolorosísima, cargada de sencillas y respetuosas palabras
hacia S. M. la Reina, implorando la tan necesaria ayuda dado el
estado de ruina y desolación en que quedó el vecindario. La carta
datada el 4 junio, se publicó en el diario Eco
del Comercio
el 16 de ese mismo de 1847. Y decía así, según transcribo:
Señora.
El ayuntamiento de Torrejoncillo del Rey, provincia de Cuenca, en
nombre del pueblo que representa, con el corazón lleno de dolor y
sentimiento se presenta a los R. P. de V. M. a implorar su amparo y
protección: jamás los rasgos benéficos de una Reina a quien los
pueblos tanto bendicen, pueden ejercerse con una necesidad que en
favor de los habitantes de este vecindario desgraciado hasta el
extremo de no poder recoger una espiga ni fruto alguno en todo su
término en el presente año de 1847.
Una
nube que se presentó en el pueblo por el nordeste el día dos del
corriente descargó un pedrisco tan fuerte que todo lo arruinó: la
hermosa siembra de granos ha desaparecido completamente; las viñas y
olivas se han destruido para siempre; el ganado ha desaparecido casi
todo, como igualmente infinidad de caballerías. ¡Todo es llanto y
desolación!
Señora.
Do quier se extienda la vista, no se ve más que semblantes tristes y
pálidos que están anunciando la cruel suerte que les espera; los
padres de familia piden a voces su muerte, pero la conservación
de sus tiernos hijos que son inocentes y no puede haber ofendido al
cielo para tan terrible castigo.
Señora:
la vista solo puede comprender la desolación absoluta de unos frutos
de tanto valor y sus consecuencias fatales. Ni la poesía más
sublime ni el pincel más célebre, ni la pluma mejor cortada, son
capaces de dar una próxima idea de este lúgubre cuadro, que sólo
se puede comparar a la muerte.
Señora:
Un pueblo de 500 vecinos laboriosos por naturaleza, honrados por
educación, obedientes a la ley sinigual, ha quedado reducido en el
espacio de 24 horas a una simple aldea. Cuatrocientos vecinos ha
emigrado a buscar su suerte en otro país: la providencia los
proteja, y quiera que no vayan a buscar su sepulcro lejos de donde
nacieran, llenos de hambre y de miseria.
Horroroso
es este cuadro, Señora, pero cierto por desgracia, tanto más,
cuanto en el pueblo no hay granos para sostenerlo en el presente mes.
La necesidad es apremiante, las medidas tienen que ser
extraordinarias y el ayuntamiento cree de su deber poner en juego
todos los recursos que su imaginación le sugiera para mitigar sus
males; y después de implorara los auxilios de la providencia, acude
a la que la representa en la tierra, a V. M., suplicando tienda su
bondadosa vista sobre este fiel vecindario, tomando los informes que
crea convenientes al efecto; y sus habitantes que tanto han rogado a
Dios por la conservación de la preciosa vida, dejarán esculpido en
el corazón de sus descendientes un acto de protección de una Reina
que en tan sensible desgracia mira por su pueblo.
Torrejoncillo
del Rey 4 de junio de 1847, a L. R. P. de V. M, El presidente del
Ayuntamiento, Juan José Valsalobre.
Ignoramos
si la carta tuvo consecuencias, se tomarían por la Reina “los
informes que crea convenientes al efecto”,
y si Torrejoncillo recibiría el auxilio demandado; pero la carta es
de una sensibilidad exquisita, y guarda en sus líneas una llamada
desesperada de un alcalde que llora sincero por su pueblo
desgraciado, Torrejoncillo del Rey: “Ni
la poesía más sublime ni el pincel más célebre, ni la pluma mejor
cortada, son capaces de dar una próxima idea de este lúgubre
cuadro” implorando
así el necesario y urgente socorro para sus vecinos; respetuosísima
como digo para con S. M. la Reina, y que en sus líneas aun lleva el
sello del “Antiguo Régimen”, de fin de época, pero que bien
podría haberse leído por actual desde la tribuna de la Cumbre del
Clima COP25 Chile - Madrid 2019. Bastaba con sustituir la palabra
“Señora” por el nombre de alguna mediática mozuela nórdica.
En
Torrejoncillo del Rey (Cuenca), a 31 de diciembre de 2019
Carlos
Cuenca Arroyo
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