lunes, 12 de febrero de 2018

Isabel María Herraiz, la Beata de Villar del Águila



La relación de personajes curiosos que ha dado el mundo no tiene fin, y éste al que hoy me refiero, debió de ser en su tiempo y lugar uno de los que ha dejado para la prosperidad una huella profunda. Me refiero a una labradora del pueblo conquense de Villar del Águila, que vivió en la segunda mitad del siglo XVIII, y cuyo nombre era Isabel María Martínez Herráiz, quien ha pasado a la historia con el apelativo común de la Beata de Villar del Águila, su pueblo natal.



A la infeliz mujer no se le ocurrió nada mejor que considerarse, según ella por revelación del propio Jesucristo, como materia eucarística, es decir, que en su cuerpo se había producido la transustanciación propia del Sacramento, de manera que su persona, su carne y su sangre, no eran otra cosa sino la carne y la sangre de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, o sea del mismo Jesucristo.
Produce cierto sonrojo pensar que estas cosas ocurriesen, y además trascendiesen en nuestro país en un periodo tan avanzado de la civilización, y, sobre todo, que fuesen admitidas no sólo por la humilde masa del campesinado, sino por otras personas de mayor cultura, entre las que no faltaron varios clérigos y algunos religiosos, los cuales, con mejor o peor intención, entraron en el juego de la extraña mujer, hasta el punto de llegar a venerarla y adorarla con culto de latría, es decir, con el culto que sólo se le da a Dios. Fue sacada en procesión por las calles y por el interior de la iglesia portando velas encendidas, incensada como se inciensa al Santísimo Sacramento en el altar, y recibiendo a su paso las genuflexiones y reverencias propias de la divinidad.
Eran tiempos los suyos en los que hechos como éste solían ocurrir, contando incluso con una buena parte del respaldo popular; pero también eran tiempos en los que este tipo de osadías se castigaban con el mayor rigor, obligando a sus autores a pasar por el filtro inapelable del Tribunal de la Inquisición, del que Isabel Herráiz no se pudo librar; más si se tiene en cuenta la popularidad que el hecho había llegado a adquirir, traspasando incluso no solo los límites del pueblo, sino también de la diócesis conquense.

Iniciado el proceso por el obispo Palafox en 1801, la Beata de Villar del Águila fue presentada ante el Tribunal de la Inquisición en Cuenca, que como cabía esperar dictó sentencia condenatoria; por lo que fue llevada a prisión, donde fallecería poco después por enfermedad, sin haber concluido el proceso.
Un busto de la Beata fue quemado en público, y tras su muerte se tomó el acuerdo de que sus restos recibieran sepultura bajo los escalones de entrada a la iglesia de San Pedro, en la Cuenca alta, situada junto al que fue Tribunal de la Inquisición, para ser pisados -dicen- por los fieles al entrar y salir del templo. Tanto el cura de su pueblo como algunos religiosos acusados de complicidad, fueron desterrados a las Islas Filipinas.
Por: José Serrano Belinchón.



Fuente: www.liberaldecastilla.com

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