martes, 3 de diciembre de 2013

"El fracaso de la ciencia" por Eliseo Feijoo García

Os dejamos este interesante artículo escrito por nuestro paisano Eliseo Feijoo y publicado en el periódico "El Defensor de Cuenca" en 1935. Dice así:

El fracaso de la ciencia. 


En los amplios corralones de las casas de labranza bajo techos desvencijados y cubiertas de polvo y arcilla, las máquinas de segar permanecen inmóviles en los calurosos días del estío, y, mientras se enmohecen, sus gigantescas cuchillas y engranajes parecen protestar de la inercia en que sus apáticos dueños las tienen sumidas.
Si el hombre que, tras incontables días y noches de cálculos y experiencias, presentó, hondamente satisfecho, el maravilloso invento de la máquina de segar se diera una vuelta por las campiñas españolas y viera el fruto de sus desvelos, despreciado por los mismos campesinos, seguramente maldeciría sus afanes por el bien de la Humanidad y, ¡quién sabe si no renunciaría – arrastrado por el desaliento – a seguir arrancando a la caniera de su ingenio nuevas ideas y nuevos proyectos propulsores de la cultura y la civilización!
Y, sin embargo, ni los obreros segadores, ni los propietarios son los culpables directos de tal fracaso de la ciencia. No lo son los obreros, porque están en su derecho al reclamar para sí las faenas de siega, ya que en tan dura tarea es donde sólo pueden ganar algo para “ir tirando” en el invierno, cuando falta el trabajo y abunda la necesidad. No lo son los patronos, porque son los primeros convencidos de que a los obreros les asiste la razón.
¿Cómo se explica, pues, que los útiles de labranza repugnen a los mismos agricultores, cuando tienen por misión endulzar las fatigas de los que gimen esgrimiendo la ardiente segar de la mañana a la noche? ¿Es que los hombres se empeñan en seguir manteniendo sobre sí el peso de los duros trabajos, cuando se le brindan medios que mitigan tal dureza? Si cualquier persona dotada de sentido común miraría con desprecio o lástima: a la señorita que recubriese su cuerpo de pieles, como en los tiempos prehistóricos mientras carcomiese la polilla los finos crespones y sedas ; al viajante que recorriese pueblos y pueblos sobre una deshecha berlina teniendo en el garaje un magnífico automóvil; al hacendado morador de una casona ennegrecida, mientras deja su palacio para mansión de lechuzas y alimañas ; al joven mundano que, alejándose del salón encerado donde resuenen los ecos armoniosos de las mejores orquestas, danzase sobre un bodegón húmedo al son de un destemplado guitarro …; ¿cómo es posible que contemplemos inmutados a millares de labriegos, que tienen las manos cuajadas de espinas y la piel abrasada por el sol y los vientos, que en los días de verano duermen dos horas y trabajan veintidós, y, sin embargo únicamente protesta cuando advierten en la vesana una máquina dispuesta para segar muchas hectáreas en pocos instantes?
Cuando el entendimiento se reconcentra en sí mismo para abismarse en saludables reflexiones es únicamente cuando logramos descubrir estos extraños fenómenos y conseguimos desentrañar la causa que los origina. Y es entonces cuando desfila por nuestra imaginación la visión fatídica de harapientas multitudes que nada poseen y para las cuales un día sin trabajo es un día de miseria ; y de esas oirás multitudes, menos numerosas, que miden por kilómetros la extensión de sus fincas y cuentan a centenares el número de servidores. Y flotando sobre todo esto, como voz que clama en desierto, el eco de santas Encíclicas aconsejando una mejor distribución de la riqueza y un mejor empleo de la propiedad. Cuando sea insignificante el número de los que siegan para otros y sea elevadísimo el de los que siegan para sí; cuando al campesino no le moleste la rapidez en la ejecución de las faenas agrícolas porque él también sea propietario, entonces el progreso marchará con pasos agigantados en la agricultura y los productos de la ciencia no serán vistos con la animadversión con que actualmente se mira la máquina de segar.
Cuando la justicia social sea un hecho, la ciencia cuajará en todas partes. Cuando la caridad cristiana se cumpla fielmente, las miserias humanas serán algo quimérico. Cuando las obras de los hombres respondan a las doctrinas de la Iglesia, en los corazones de todos los hombres quedará grabada con huellas imborrables la siguiente expresión: Todos hijos de Dios, todos hermanos.

Eliseo Feijóo García


Fuente: El Defensor de Cuenca. Año V. Núm. 189. Sábado 10 de agosto de 1935

No hay comentarios:

Publicar un comentario