viernes, 17 de febrero de 2017

Poesía torrejoncillera

LA CIENCIA DEL PASTOR

No comprende el pastor las ambiciones
que a las grandes ciudades anonadan,
ni el curso de la ciencia,
ni las grandes ventajas de los varios inventos
que la vida adelantan
a terrenos que nadie comprendiera,
a campos que la mente no soñara.
Pero entiende la esencia de la vida
y en él está grabada
la noción de lo bueno, de lo grande,
la noción de lo malo, de la infamia.
Aprendió la franqueza sobre el cuadro
de las amplias llanuras castellanas;
la firmeza, en las rocas de granito
que a los cielos, altivas, se levantan.
El dolor, en los fríos invernales,
 la alegría, en los roces de las auras,
la soberbia, en las águilas y cuervos
cuando al nacer el alba,
se elevan a las nubes
e, intrépidos, se lanzan
sobre canoros pájaros,
sobre palomas blancas;
el amor en las madres
que, fieles, amamantan
los albos corderillos
que en la pradera balan;
de la zorra y el lobo, la fiereza;
las cobardes hazañas,
el odio, los placeres
a costa de la infamia,
el hambre triunfadora y la miseria
en que la vida nada.
La estrella que divísase en el Norte
una noche de luna plateada
y el lucero que brilla
fugaz en la mañana,
una lección le dieron de armonía
y una lección le dieron de constancia.
La rosa del almendro, la amapola,
las flores perfumadas
le enseñaron la farsa vida,
le hablaron de inconstancia.
Y la hondura silente de los valles,
la altura de los cerros y montañas,
el estruendo de tempestades roncas,
el gemir de gigantes cataratas,
el besar de los céfiros suaves,
el cantar de las aguas
cuando forman regatos cristalinos;
la visión de la atmósfera azulada,
le dieron la lección de las lecciones:
infiltraron en su alma
a la ciega y querida humanidad,
en el vicio arrojada,
que aún teniendo en sus manos todo el mundo
al hombre ruega y a los astros manda.



                                                             Autor: Eliseo Feijoo García
                                                     Torrejoncillo del Rey, marzo de 1936


FUENTE: Diario El Defensor de Cuenca, nº 228, de 9 de mayo de 1936

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