martes, 27 de marzo de 2012

Torrejoncillo del Rey en el libro "Pueblos de Cuenca" de D. Miguel Romero Sáiz

A los pies de ese monte de las Carrasquillas, donde en tiempos una torre o torrejón hiciese cierta historia, amparado en las leyes de realengo a las que perteneciera, surge una aldea de repoblación que crecerá en poco tiempo. Sus habitantes, naturales del lugar y otros allí llegados en compañía de Alfonso VIII, bien de la Navarra leonesa o de Aragón, hacen hogar y crean estirpe.
Este lugar tiene la huella de la historia desde muy antiguo. En su término, el subsuelo se encuentra horadado de numerosas cavidades que en tiempos fueron utilizadas por los romanos para la extracción del lapis especularis o espejuelo, mineral de yeso cristalizado que fue el referente económico del Imperio a lo largo de los primeros siglos de la era cristiana. El brillo enmarca a la cueva de La Mora Encantada, bajo el pozo que en tiempos hicieran para su ocupación y ahora nos evoca tiempos históricos de una Hispania romana poderosa.
El terreno advierte de su riqueza cultivada gracias a las aguas del Cigüela y el Hortizuela como venas de contenido acuífero. Sus antiguos poblados, aldeas y caseríos, inundaban el refugio del agricultor y ganadero honesto, pues entre Vañisguera, Juarros, Villa del Pando, Torrejón y Urbanos, más la Moraleja y Casas de la Laguna fueron abriendo actas censales para crear un importante foco poblacional, ahora en desuso.
No hace mucho, en ese censo de mediados del siglo XX, siguen contando el caserío de la Dehesa, La Laguna, el molino del Tejado, el caserío Moraleja, Quintanares, la Rivera, Santa Brígida, Valdearcipreste, Vega Seca, ermita de Urbanos y la de San Sebastián.
Ahora, más en tiempos actuales, las aldeas que antes fueron municipios independientes, como Villarejo Sobrehuerta, Horcajada de la Torre, Naharros, Villar del Horno o Villar del Águila, forman consorcio territorial con un solo Ayuntamiento y, sin duda, enriqueciendo el patrimonio de una Tierra honrada, bien avenida e intensamente arrastrada por su devoción a los patronos de cada uno.
Aún mantiene su tradición, tal cual San Antón, recordando alguna que otra especial dedicatoria: “San Antón, como es viejo,/tiene barbas de conejo./Y su hermana Catalina,/tiene barbas de gallina”
Desde el monte de Arriba o la Dehesa Boyal donde la pinada advierte, pasando por el lagunar y sus veredas de paso ganadero, las fuentes o manantiales y todo un sinfín de elementos naturales hacen recorrido en paisaje y belleza.
Por último, a destacar los restos de aquellas numerosas siete ermitas que por entonces tuvo Torrejoncillo: Santa Ana, la Soledad, San Sebastián, San Roque, María Santísima de la Salud, San Bartolomé y Urbanos, ésta última en caserío devocionando a Nuestra Señora de la Piedad, tan afamada en su romería, santuario y paraje.


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